Reconocer su voz

“Trabajamos por los que no tienen voz”, “somos la imagen de los sin voz”, “estamos aquí para presentar a los que no tienen voz” … ¡cuántas veces hemos escuchado esta cantinela!, ¡cuántas veces nos han presentado esta “categórica” afirmación cuando se hablan de los pobres.

Muchas ONG, también algunas de carisma cristiano, voluntarios y algunos representantes institucionales se han aprendido muy bien “la cantinela”, que hace ver a los pobres desde arriba, es decir en plano de superioridad y de beneficencia. Todos ellos quieren “hacer suya” la voz de “los sin voz”, hablan por ellos, interpretan por ellos, afirman por ellos… pero ¡nunca los escuchan!

20180621 Reconocer su voz

Es una cuestión que llama la atención, y que además se nos presenta como un llamado de acción para nuestro caminar solidario. Tal es así que el propio Francisco, en el Mensaje con motivo de la II Jornada Mundial de los Pobres (18 de noviembre de 2018), con el lema “Este pobre gritó y el Señor lo escuchó”, nos dice:

La condición de pobreza no se agota en una palabra, sino que se transforma en un grito que atraviesa los cielos y llega hasta Dios. ¿Qué expresa el grito del pobre si no es su sufrimiento y soledad, su desilusión y esperanza? Podemos preguntarnos: ¿cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de Dios, no alcanza a llegar a nuestros oídos, dejándonos indiferentes e impasibles? En una Jornada como esta, estamos llamados a hacer un serio examen de conciencia para darnos cuenta si realmente hemos sido capaces de escuchar a los pobres.

El silencio de la escucha es lo que necesitamos para poder reconocer su voz. Si somos nosotros los que hablamos mucho, no lograremos escucharlos. A menudo me temo que tantas iniciativas, aunque de suyo meritorias y necesarias, estén dirigidas más a complacernos a nosotros mismos que a acoger el clamor del pobre. En tal caso, cuando los pobres hacen sentir su voz, la reacción no es coherente, no es capaz de sintonizar con su condición. Se está tan atrapado en una cultura que obliga a mirarse al espejo y a cuidarse en exceso, que se piensa que un gesto de altruismo bastaría para quedar satisfechos, sin tener que comprometerse directamente”.

Podríamos generalizar, con el riesgo que también conlleva, pero en muchas ONG e instituciones no escuchan al pobre, no lo hacen suyo, no acompañan su proceso y mucho menos le permiten hablar. Realmente se convierten en un mero adorno que mostrar y “sacudir” cuando llegan momentos puntuales.

Cuando leía el Mensaje del Papa Francisco recordaba la acción de los misioneros, que han sido capaces, como señala Evangelii Gaudium 198, de reconocer la opción preferencial por los pobres en la Iglesia como “una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica”. Nuestros misioneros han situado a los pobres en el centro del camino de la Iglesia, haciéndonos sentir que son el corazón de la Iglesia, compartiendo camino ya que son sujetos activos privilegiados de la vida y la misión de la Iglesia en el mundo.

Debemos reconocer su voz, porque de otro modo no estaremos siendo la Iglesia que Cristo quiso. De algún modo el Papa Francisco también indicaba un camino cuando se dirigía, en el año 2014, a los Movimientos Populares:

… los pobres ya no esperan y quieren ser protagonistas, se organizan, estudian, trabajan, reclaman y, sobre todo, practican esa solidaridad tan especial que existe entre los que sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado, o al menos tiene muchas ganas de olvidar.

Solidaridad es una palabra que no cae bien siempre, yo diría que algunas veces la hemos transformado en una mala palabra, no se puede decir; pero es una palabra mucho más que algunos actos de generosidad esporádicos. Es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, la tierra y la vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero: los desplazamientos forzados, las emigraciones dolorosas, la trata de personas, la droga, la guerra, la violencia y todas esas realidades que muchos de ustedes sufren y que todos estamos llamados a transformar. La solidaridad, entendida, en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares”.

Los misioneros lo hacen. No hablan por los pobres, suplantando su voz, sino que amplifican la voz de los pobres, cuando es necesario. Los misioneros acompañan los procesos y saben, también, lo que es hacerse pobre entre los pobres, como lo hiciera Jesucristo… los misioneros nos dan la clave vivencial de lo que el Papa Francisco nos pide y anticipa para esta II Jornada Mundial de los Pobres.

¿Seguiremos haciéndonos los sordos o intentaremos elevar nuestros oídos a la acción más auténtica de la Iglesia?

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