Portera de colegio

Si alguien me hubiera dicho hace doce años que estaría trabajando en la portería de un pequeño colegio en la ciudad de Vigo creo que, ni por asomo, lo habría asimilado. Pero aquí estoy doce años después, muy contenta por cierto, pues estoy aprendiendo otro aspecto de la vida: el apreciar que en lo pequeño también se pueden hacer grandes cosas.

Me siento infinitamente agradecida porque me brinda la oportunidad de hacer lo que más me gusta: servir a los demás. Todo lo que hago es sencillo: contestar llamadas; recibir a la gente con una sonrisa; hacer fotocopias; consolar y curar a los niños que vienen porque se han caído o porque simplemente se sienten mal… Sin duda alguna, esto último, es lo más gratificante, porque experimentas en tus propias carnes que la consolación que recibimos del Señor nos capacita para consolar a otros, evitando así un disfrute meramente narcisista.

Y es que hasta en las situaciones más cotidianas y desapercibidas se puede intuir la necesidad de consolación. Lo queramos o no, vamos por la vida necesitados de consuelo y de esperanza, de escucha y de comprensión en medio de un mundo cada vez más lleno de tribulaciones: por la falta de trabajo, de cariño, de salud… Así que es una suerte tener la oportunidad, por mínima que sea, de ayudar a otros.

Siempre he sentido esta convicción: ayudar y servir a los demás es lo que me da la vida. Doy gracias a Dios por ese descubrimiento. Lo hice antes y lo hago ahora desde una nueva perspectiva: desde lo pequeño y lo cotidiano, lo invisible y silencioso.

Ya no trabajo para un periódico, no sale mi voz por la radio, ni tampoco trabajo para una importante campaña o en algún  gran proyecto. Mi labor es más modesta, hasta insignificante si se quiere; pero lo disfruto, me siento bien, y esta sensación de bienestar sólo puede provenir de Dios. Sólo Él nos capacita para apreciar lo bueno, lo importante de las personas, de las situaciones, de las cosas… y que descubramos quienes somos en realidad, y que todo lo que hagas quede impregnado de ese espíritu de servicio y de entrega. A veces aciertas, otras veces no, pero eso también forma parte del paquete.

Creo que sin esta certeza viviría triste y amargada, anhelando un porvenir distinto, o viviendo de un pasado en el que hice cosas importantes y visibles para el mundo. Si me apoyara en mis solas fuerzas sería incapaz de adaptarme a los cambios que voy afrontando en la vida. Porque a veces durante el proceso, sufres, te resistes, afloran enseguida las miserias y las limitaciones. A veces lo consigo, otras veces no.  Pero el saberte amada por Alguien que está  a tu lado pase lo que pase, me alivia y llena de alegría, me da la confianza para no desistir,  para seguir adelante y sentir que he venido al mundo a vivir la vida, a disfrutarla y a compartirla con mis hermanos. Porque no hay mejor don que el  recibirse de Dios y de los demás cada día. Por eso le pido al Señor que me ayude a buscarlo, a encontrarlo cuando me suelto de su mano.

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