Catequista de niños
Estos días me pidieron que escribiera unas líneas para compartir mi experiencia como catequista de niños. Así que tan contenta me puse a escribir. Para ser honesta lo primero que advertí es que he aprendido más yo que los propios niños. Para mí es un verdadero regalo compartir tiempo con ellos. Son un encanto. Tan espontáneos, alegres y generosos capaces de contagiar esa magia que con los años vas olvidando.
Y es que al hacernos mayores muchos nos atrofiamos. Perdemos facultades. Nos convertimos en seres domesticados por la sociedad, por las costumbres, por el qué dirán. Por eso me encantan los niños. Tan libres en sus ideas y pensamientos pueden ser los más críticos del mundo y, a la vez, los más lúcidos. Su creatividad no tiene límites. Es una verdadera gozada.
Ojalá aprendiéramos a ser niños de nuevo para recuperar la frescura de la vida, la inocencia de las cosas, la pureza de la verdad. Me hacen recordar lo mejor de la humanidad.
¡Qué razón tienes Jesús cuando nos dices que hay que hacernos como niños para entrar en el Reino de Dios! Y lo mejor de todo es que tenemos a verdaderos maestros viviendo en nuestras propias casas, sólo hace falta encontrar un espacio libre de ruidos, de prejuicios, un momento para disfrutar de su compañía dejándote sorprender por sus ocurrencias y su forma de entender el mundo.
Seguramente ya saben de qué hablo. No es nada nuevo lo que digo. Lo tenemos al alcance de nuestras manos. Nuestras vidas están plagadas de vivencias como estas. Y es un verdadero regalo. Siempre es bueno recordarlo y tenerlo presente en el día a día. Me siento realmente agradecida por tantos bienes recibidos. Espero seguir aprendiendo en la catequesis. Merece mucho la pena.
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