Camino de Santiago
Siempre me ha llamado la atención la devoción que despierta el Camino de Santiago en la gente. Cristianos, no cristianos, creyentes, escépticos, agnósticos, indiferentes… Todo el mundo tiene cabida. Todos formamos parte de la gran familia humana. Es una maravilla.
Y es que el camino es como la vida misma. Encuentras personas, compartes tu vida, con unas y otras vas descubriendo la bondad y la generosidad, pero también las limitaciones humanas que impiden que avances. Por eso hay que estar atentos a las señales, tan importantes para no perder el rumbo.
También hay momentos de soledad. Momentos en los que bajas a lo más profundo de ti, a ese lugar sagrado donde te sientas a platicar a solas con Dios. Te desnudas. Te quitas las máscaras y sales a su encuentro ligero de cargas. Con la mochila al hombro. Sin pretensiones, sin ambiciones. Simplemente caminas. Tus sentidos se activan al máximo. Los olores, los colores, los sabores… no sé qué pasa que todo adquiere una dimensión distinta. Te sientes más vivo. Más consciente de ti y todo lo que te rodea.
Cuando llegué a Vigo tuve la suerte de poder hacer el camino y compartirlo con personas a las que quiero mucho: Nico, Manolo, Chema, Juan, Oscar… Procuro recordarlo, porque me ayuda en el día a día. En medio de las tareas cotidianas procuro no perder de vista esa perspectiva de libertad, de humanidad que hace que conectes de otra manera con la vida y con la gente.
Esta semana el mayor de mis hijos está haciendo el Camino por primera vez. Mientras preparaba su bolsa me decía que tenía muchas ganas de tener esta experiencia y que le contara lo que podía “esperar”. Me mordí la lengua. No quise estropearle su momento. El Camino es algo que cada uno tiene que descubrir por sí mismo, porque cada uno tenemos una historia única, distinta. Porque no hay que “esperar” nada. Simplemente dejarte llevar agradecido por lo que vas encontrando, aunque esto sólo lo descubres con el tiempo.
Aprovecho para agradecer a todas las personas que hacen posible este tipo de vivencias, tan vitales para conectar con uno mismo, porque cada vez que abrimos los ojos para reconocer al otro también reconocemos más a Dios.
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Gracias.