JESÚS
Así se llama un niño que conozco y que me inspira mucha admiración y ternura. A su corta edad es capaz de transmitir un sentido de la responsabilidad que produce asombro. Tiene ocho años y le ayuda a trabajar a sus padres el fin de semana en un puesto ambulante. Se esmera mucho en aprender, le gustan las matemáticas, porque dice que así le ayuda a su madre a hacer las cuentas en el negocio. Cuando habla de sus padres se le ilumina la cara.
Sus enormes ojos marrones brillan con una luz que te traspasa el alma. Me pierdo en su mirada, en su rostro franco y noble. Es un niño bueno y generoso, porque sin darse cuenta me regala una dicha que no sé como explicar. Cada vez que lo veo mi corazón da un vuelco. Jesús me hace sentir dichosa, realmente hace honor a su nombre.
Los niños como Jesús me hacen caer en la cuenta de que a los críos no les viene mal una buena dosis de realidad, porque a veces sin quererlo, estamos criando a niños sobreprotegidos e inútiles, pequeños seres egoístas que no ven más allá de sus minúsculos ombligos.
No es fácil en una sociedad como esta, donde lo habitual es dar de “todo” para que no les falte de “nada”, confundiendo el “todo” con cosas accesorias, superfluas… incapaces en el fondo de saciar su sed. Por eso es fundamental, por muchas críticas que suscite, enseñar a nuestros hijos a que la felicidad no la da el TENER “cosas”, sino en el SER agradecidos con todo lo que la vida te regala cada día, a cada instante, aunque esto implique remar constantemente a contracorriente. Por eso me enamoran los niños como Jesús. El mundo necesita personas como Jesús.
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