En todo amar y servir

Era sábado de madrugada y daba la sensación de caminar por una ciudad fantasma. Las sombras de la noche aún reinaban en el cielo. Iba camino de la radio. Podría haber sido un día cualquiera, sino fuera por el hombre encapuchado, pistola en mano, que me cortó el paso.

El miedo, en términos teóricos, es la perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario, ¡vaya si fue real el miedo que pasé! En ese momento quedé paralizada. Nunca sabes cómo vas a reaccionar ante una situación así. No se olvida fácilmente que te apunten con una pistola y te amenacen.

Este ejemplo, un poco extremo, es un tipo de miedo que existe y es muy real. Pero también podemos encontrarlo en situaciones cotidianas de la vida: miedo al fracaso de algún proyecto; miedo a decir lo que realmente piensas; miedo a sufrir algún rechazo; miedo al cambio…

Cierto es que el miedo -real o imaginario- puede paralizarte, aislarte de los problemas de la gente, construyendo una burbuja de la que no te atrevas a salir.

Y es que no es fácil enfrentarse al miedo, pero si lo haces hay algo en ti que cambia por completo. Muy probablemente saldrás escaldado o sufrirás algún revés. Aún así, merece la pena, porque lo que recibes te cambia la vida, avanzas y aprendes a ver las cosas con perspectiva. Te sientes más vivo, libre, ligero de cargas, con la confianza de que no estás solo en esta empresa.

Gracias Padre porque me acompañas en este camino,

porque me animas a plantar cara a los miedos que me acechan.

Me consuelas en el fracaso,

cuando me invade la soledad.

Estás cuando me enamoro,

cuando me siento feliz,

pero también cuando tengo el corazón roto.

No importa lo que me pase,

siempre estás a mi lado,

aunque a veces me empeñe en alejarme de ti.

YR

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