En todo amar y servir

Tumba donde descansan los restos de Monseñor Romero, en la Catedral de San Salvador.

Estos días ha dado la vuelta al mundo  la noticia del reconocimiento del Martirio de Monseñor Oscar Arnulfo Romero y el proceso para su beatificación que por fin se alcanza gracias a la intervención del Papa Francisco. Me sumo pues a esta celebración no sin antes puntualizar que, para mí y para mucha otra gente, Monseñor Romero ya es un santo para el pueblo salvadoreño, pues padeció en sus carnes el sufrimiento de los más pobres, denunció de viva voz las injusticias, le devolvió la dignidad y la esperanza a todo un pueblo.

Este año se cumplirá el XXXV aniversario de su muerte -acontecida el 24 de marzo de 1980-,  una muerte que prendió la mecha de la guerra civil en el país y que puso la mirada en el pulgarcito de América durante los doce años siguientes.

A propósito de los Acuerdos de Paz firmados el 16 de enero de 1992 -este año celebrado de manera especial con la visita del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon- ¿cómo está el país 23 años después? ¿Realmente se alcanzó la paz?

Lo primero que me viene a la cabeza es la frase que dice que no hay paz sin justicia, y la justicia se alcanza cuando las personas  disfrutan de unas condiciones mínimas para vivir dignamente: con educación, alimentación, vivienda, sanidad pública, seguridad… unas condiciones que, lamentablemente, no son reales ahora mismo en el país por lo menos no para todo el mundo.

Sería injusto no reconocer los pequeños avances que se han logrado a partir de los acuerdos de paz –el fin de la guerra fue un gran logro en sí mismo-, pero que han sido insuficientes para erradicar la pobreza que sigue golpeando con fuerza, la violencia y la delincuencia que sigue cobrando sangre inocente, la migración de muchos compatriotas que se juegan la vida intentando escapar de la miseria y de las pandillas que proliferan y que imponen el terror en el país… Es una realidad que existe,  por desgracia, basta con echar un vistazo a cualquier informativo nacional -o para quien quiera profundizar más, podría ver el informe sobre el Desarrollo Humano, El Salvador 2013 del PNUD-.

El día de la firma de los Acuerdos de Paz. Enero de 1992. Foto de Francisco Campos.

Seguramente pase por tu mente que hay pocos motivos para la esperanza en medio de un panorama tan gris como este, lo incomprensible que resulta esta situación, o ni siquiera te imaginas cómo es vivir en circunstancias como esta. Yo no tengo la respuesta, ni tampoco la solución. Lo que sí tengo claro es que mientras existan personas que luchen por la justicia en medio de una situación como la que se vive en el Salvador, siempre habrá motivos para la esperanza.

Sin duda alguna, la figura de Monseñor Romero sigue siendo luz para todos aquellos que creemos que no todo está perdido. Pienso en mis amigos que luchan por cambiar las condiciones del país: en Héctor que desde la Comisión Nacional de Búsqueda se deja la piel para que los niños supervivientes de la guerra se reencuentren con lo queda de sus familias después de tantos años; en Deisy que cada fin de semana visita los pueblitos más remotos para estar al lado de la gente más sencilla y olvidada del país; en Luis que trabaja por los Derechos Humanos; en Chema que con su claridad de pensamiento le pone nombre y apellido a las víctimas de la injusticia… también pienso en todos mis paisanos que trabajan con dignidad para sacar adelante a sus familias; en los jóvenes que van a la escuela con ilusión, en aquellos que creen en el poder de las palabras, más que las armas…  Sé que en todos ellos de alguna manera habita el Espíritu de Monseñor Romero, pues como bien sentenció en la víspera de su muerte:

“Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás”

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