Volver a la vida en Semana Santa
Año tras año la Semana Santa llega con incuestionable precisión. Ya en el siglo IV, en el Concilio de Nicea, se promulgó que la Pascua cristiana, la Resurrección de Cristo, se celebraría: el domingo siguiente a la primera luna llena del equinocio de primavera, es decir, entre el 22 de marzo y el 25 de abril.
Ha llovido mucho desde entonces. Y aquí seguimos, en pleno siglo XXI, reviviendo de manera personal y social este memorable acontecimiento.
Para algunos estos días son sinónimo de mini-vacaciones, un paréntesis que rompe con la rutina familiar y laboral.
Para otros la Semana Santa es tiempo de reencuentro, de comunión, de conversión, de búsqueda de respuestas, de reconciliación, de esperanza… tiempo en el que cada uno de nosotros, con su propia cruz a cuestas, nos adentramos en el misterio de la Vida-Muerte-Resurrección de Cristo.
Y es que el propio transcurrir de nuestra existencia guarda en sí esta lógica de vida-muerte-resurrección. Todos en algún momento hemos experimentado dolor, rupturas, fracasos, pérdidas… que nos hacen sufrir, de alguna manera, una muerte. Pero por contradictorio que parezca estas experiencias también hacen resurgir – aunque no al ritmo que a nosotros nos gustaría- algo en nuestro interior que nos permite seguir caminando, avanzando… en definitiva: volver a la vida.
¿Qué celebrar entonces en la Semana Santa?
Cada uno desde su propia historia ha de descubrir qué carga lleva su cruz.
Estos días pienso mucho en mi gente de El Salvador, mi familia, mis amigos, en todos aquellos que celebran con fe y esperanza el XXXV Aniversario de la muerte de Monseñor Romero; en la marcha por la Vida, la Paz y la Justicia que realizaron con el firme deseo de exigir seguridad y libertad en el país. Pienso también en el sufrimiento de las 150 familias que perdieron a sus seres queridos esta semana en los Alpes franceses. Y en todas aquellas personas que sufren en silencio algún tipo de pérdida, de muerte… Sé por experiencia que en estos tramos oscuros es difícil vislumbrar con claridad a Dios, escucharlo, sentirlo. Pero sé también con certeza que, por muy pesada sea la carga, Él nunca nos deja solos. Con Jesús, sin saber cómo ni cuándo, siempre volvemos a la vida.
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