Rostros que iluminan
Se llama Amparo y trabaja limpiando desde hace más de treinta años en uno de los edificios más simbólicos de la ciudad de Vigo. Dicha edificación alberga entre sus muros la biblioteca más bonita que he conocido, no por su tamaño, ni por la recopilación sus libros, sino por las vistas hacia la Ría de Vigo. Es algo que no tiene precio. Me encanta estudiar en ella y, de vez en cuando, alzo la vista y disfruto de su belleza.
Pues resulta que aquí conocí a Amparo. Hace algún tiempo me llamó la atención la devoción con la que una señora bajita de gafas, pelo corto y canoso, fregona y estropajo en mano, limpiaba cada rincón de las escaleras, las columnas, el ascensor… como si le fuera la vida en ello. Un día me aventuré a hablar con ella e ir más allá de unos cordiales buenos días o con alguna furtiva sonrisa.
Enseguida quedé prendada de su modestia, su sencillez y alegría. Es increíble como un encuentro con otra persona te transmita tanto de su propio ser. Y es que cuando realmente hay un ENCUENTRO verdadero con el otro quedas marcado, afectado, de alguna manera algo en tu interior se trastoca. Pues esto es lo que me pasa a mí cuando estoy con Amparo. Intento no distraerla de su labor, pero es algo que me supera. No puedo dejar de entrometerme en lo que está haciendo -y creo que a ella no le importa que la interrumpa- para saludarla y decirle que me alegro mucho de verla tan llena de vida, a pesar de sus años y de su historia. No voy a desvelar aquí sus secretos. Simplemente basta con decir que es un regalo descubrir a personas como Amparo que, con una labor tan humilde y silenciosa, te dan toda una lección de vida, de ejemplo, de plenitud humana y, por qué no decir, también divina. Me viene a la mente aquel pensamiento de Teilhard de Chardin que dice algo así como que no hay nada profano en el mundo a los ojos de alguien que sabe VER la realidad con ojos nuevos. Por eso cuando tengo algún problema o alguna situación me frustra, pienso en ella y en muchas otras personas que entregan de lleno su vida y su tiempo al servicio de los demás y no se lamentan de los tropiezos y los fracasos de la vida, o del cansancio de ejercer una modesta labor día tras día. No hay amargura ni acritud en sus palabras. Sólo agradecimiento y esperanza.
Por eso siempre que visito esta biblioteca espero encontrar a Amparo y me digo: ojalá hoy me contagie un poquito con su luz y alegría.
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