VOLVER A FLORECER

raíz_florecerHay plantas que según la época del año en que son cultivadas florecen en otoño, otras en primavera e, incluso, en pleno invierno. Esto es posible según parece, porque algunas plantas no toleran las temperaturas cálidas, mientras que a otras el clima frío las daña y no las deja florecer.

No soy una experta en el tema de la jardinería, ni mucho menos, apenas tengo unas cuantas plantas en casa, eso sí, que cuido con esmero: les quito las malas hierbas y las hojas secas, las riego y las trato con todo el cariño que puedo.

Por eso me apena cuando alguna planta se marchita. Pero he aprendido algo: aunque estén mustias, ajadas, tristes… no hay que darlas por perdidas, porque si sus raíces son fuertes, aunque pase mucho tiempo, se agarran a la vida y vuelven a florecer.

Lo digo con total convicción, porque es lo que le pasó a una mis plantas: después de pasar un largo tiempo sin dar señales de vida -supongo que se estaba recuperando de lo que sea que le pasara por dentro-, un día comenzaron a salirle unos pequeños brotes verdes, llenos de vida, expandiéndose por todos lados, como si fueran las extremidades de un niño desperezándose por la mañana.

A veces pienso que a las personas nos pasa lo mismo que a las plantas. Hay etapas en la vida que por diversas circunstancias -una enfermedad, la muerte de un ser querido, un problema familiar que se te escapa de las manos…- eres incapaz de florecer, de ofrecer alegría, optimismo… a las personas que te rodean. Es doloroso sentirte mustio, ajado, triste. Pero por mucho que te sientas así, sin que puedas evitarlo, ten la convicción de que si tu raíz es fuerte, y está bien sujeta en la tierra, quedará en pie después del mal tiempo.

Un día, con la ayuda de Dios, volverás a florecer y darás mucho fruto.

Pobre Dios

Ojalá, Señor, te llegue mi voz.
Aquí estoy.
Sin grandes palabras que decir.
Sin grandes obras que ofrecer.
Sin grandes gestos que hacer.
Solo aquí. Solo. Contigo.
Recibiré aquello que quieras darme:
luz o sombra. Canto o silencio.
Esperanza o frío. Suerte o adversidad.
Alegría o zozobra. Calma o tormenta.
Y lo recibiré sereno,
con un corazón sosegado,
porque sé que tú, mi Dios,
también eres un Dios pobre.
Un Dios a veces solo.
Un Dios que no exige, sino que invita.
Que no fuerza, sino que espera.
Que no obliga, sino que ama.
Y lo mismo haré en mi mundo,
con mis gentes, con mi vida:
aceptar lo que venga como un regalo.
Eliminar de mi diccionario la exigencia.
Subrayar el verbo ‘dar’.
Preguntar a menudo: «¿Qué necesitas?»
«¿Qué puedo hacer por ti?»,
y decir pocas veces «quiero» o «dame».
Y así sigo, Dios: Aquí,
sin más, en soledad.
En silencio.
Contigo, mi Dios pobre.

Oración de José Mª Rodríguez Olaizola, sj

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