HISTORIAS GUANACAS: La huella de Jon.

Cuando me invitaron a visitar Guarjila, San José las Flores, las Vueltas… todas comunidades ubicadas al norte del país, en el departamento de Chalatenango, no me lo podía creer. Inmediatamente dije que sí. Automáticamente viajé en el tiempo.

Jon CortinaBusqué en los cajones de mi memoria y desempolvé aquella muchacha de dieciocho años, ilusionada por formar parte de una pequeña experiencia promovida por el padre Jon. Gracias a ella, decidí hacerme periodista. Así comenzó mi andadura. Es curioso como van encajando las piezas del puzzle.

Recuerdo la primera vez que entré en su despacho. El aire cargado de humo me golpeó en la cara. Tardé unos segundos en vislumbrar la figura de un hombre delgado, anteojudo como yo, con una chispa en sus ojos capaz de traspasarte el alma. Aquello me perturbó y cautivó a partes iguales. Creo que desde aquel momento el padre Jon me contagió un poco del amor que sentía por la gente sencilla de las comunidades de Chalatenango. No es para menos. Ellas lo salvaron de morir en la UCA junto a sus compañeros jesuitas en 1989. Según él, había quedado vivo porque aún le faltaban cosas por hacer en aquellas comunidades, ¡y vaya si las hizo! Construyó casas, puentes, pozos, carreteras… a la par de un profundo trabajo pastoral con la gente de la zona rural.

Por eso ahora que he tenido la oportunidad de volver a estas comunidades me he dado cuenta de cuánto hizo Jon por toda esta gente. Como asoma el cariño, el agradecimiento, la lealtad… al hablar del padre Jon. En todas ellas renace aquel hombre valiente que estuvo a su lado cuando las cosas estaban torcidas. Gente asesinada, violada, amenazada. Familiares desaparecidos. Desterrados que huyeron al monte para salvar la vida. Muchos se quedaron por el camino. Muertos de hambre, heridos, derrotados. “Lo más terrible era ver a niños moribundos tirados por el suelo, muertos de hambre o heridos y no podías hacer nada para salvarlos. Eso nunca se olvida”, me dijo uno de los supervivientes que tuvo la generosidad de revivir para mí aquellos atroces episodios. Yo tampoco lo olvidaría.

Gracias a los diversos testimonios como el de Alfredo, niña Emma, Roxana, Adolfo… y muchos otros que me abrieron de par en par su casa y su vida, he constatado tres cosas: la primera es que nadie olvida a su gente desaparecida en la guerra (coinciden aquí todos los testimonios que escuché); la segunda es que aquellos que han tenido la oportunidad de reencontrarse, o de encontrar los restos de alguien querido (en el caso de las exhumaciones como en el caso de la madre de Roxana), les ha ayudado a reconciliarse con su pasado, a mitigar un poco el dolor de las heridas abiertas; la tercera es que la mayoría de los supervivientes sigue con la esperanza de reencontrar a sus seres queridos: estén vivos o muertos (como en el caso de uno de los hijos de niña Emma) .

El padre Jon lo intuyó. El sintió también la urgencia y el dolor de toda esta gente. Y no se quedó de brazos cruzados. Niña Emma recuerda, por ejemplo, cómo empezaron a llegar -sobre todo mamás- de todas partes de Chalatenango, porque se enteraron de que “un padre escuchaba a la gente”, y no sólo eso, también intentaba ayudar a encontrar a tus seres queridos, desaparecidos, arrebatados, durante la guerra. Este sería su mayor legado.

Así nacería Probúsqueda en el año 1994. Con este mismo espíritu nacería también, en 2010, la Comisión Nacional de Búsqueda de Niñas y Niños desaparecidos en el conflicto armado, en cumplimiento a la Sentencia emitida por la Corte Interamericana de Derechos Humanos el 1° de marzo de 2005. En ambas instituciones pervive el espíritu del padre Jon Cortina sj. Su recuerdo también sigue vivo en la memoria de todos aquellos que tuvimos la suerte de encontrarlo en el camino. Gracias a este viaje he descubierto sus huellas en cada persona, en cada rincón, de las comunidades de Chalatenango que tanto quiso. Como el mismo decía, fue con la gente sencilla del campo con la que aprendió el evangelio de Jesucristo “al ver la persecución que sufrían, al ver su humildad, su solidaridad entre hermanos…” fue allí donde se enamoró de este pueblo, un pueblo -como pude comprobar- también enamorado del padre Jon.

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Agradezco infinitamente a todos aquellos que se abrieron conmigo, hablándome con franqueza, mostrándome sus heridas, compartiendo también la alegría de vivir, sus sueños, sus esperanzas a pesar de todo. Muchísimas gracias.

Gracias por ofrecerme una confianza que no creo merecer, a no ser por Jaqueline Ramírez, investigadora de la Comisión en esta zona, con cuyo trabajo humano y profesional se ha ganado a pulso el cariño y la confianza de la gente, a la que reciben como una más en la familia. Gracias Jaqui por mostrarme tantos rostros e historias que siempre guardaré en mi corazón y memoria.

Gracias Arcinio por invitarme a emprender este viaje. Gracias a todos los miembros de la Comisión por ayudar a tantas familias que sufren. Por acompañarlas y ayudar a aliviar sus heridas. He sido testigo de esta maravillosa, aunque dolorosa, labor.

Gracias Héctor, amigo, hermano. Gracias Elsi, Elizabeth, Juliana, Rosaura. A todos.

Hasta siempre.