Una falacia: que la Revelación ayuda a la comprensión de la “ley natural”
Escribo “ley natural” con comillas porque no entiendo muy bien qué sea esa especie de código natural, y porque más bien me inclino por la opinión actual de la mayoría de filósofos morales, antropólogos y otros estudiosos del fenómeno humano, de que la ley natural no es otra cosa que un desiderátum, y un invento de clérigos y asimilados para declararse a sí mismos guardianes e intérpretes de esa ley, y así poder mejor, ¡y cómo lo ejecutan!, controlar las conciencias de los incautos. No tenemos ningún motivo ni argumento serio para afirmar, y ni siquiera sospechar, que nuestros ancestros primitivos tuvieran el más mínimo sentimiento de culpa cuando mataban a su vecino, y se lo merendaban, si lo consideraban apetitoso. Y se trata del mandamiento más paradigmático: “¡No matarás!”
Viene esto a cuento porque el ínclito monseñor Camino, portavoz de la CEE, afirmó ayer, en la basílica de la Merced, de Madrid, en el Congreso de las Familias, sin la más mínima vacilación, cosas como éstas: “La razón ha de ser purificada por la fe para poder ver con claridad lo que ella puede ver. Porque también la razón deber ser fortalecida con la alegría espiritual de la que hablamos. La razón humana es falible y puede ser doblegada por el pecado. Necesita ser curada, sí: perdonada”. Que la razón humana necesite ser ayudada, y hasta educada, es evidente. Es una de las grandes lecciones de la Historia. ¡Que se lo digan a los griegos clásicos con su idea de la “Paidea”! Y ese progresivo perfeccionamiento de la pura razón natural es un de los argumentos más demoledores contra la falsa e ingenua idea de “ley natural”. Porque más que natural es, evidentemente, histórica y fruto del aprendizaje social y cultural.
En mi paso por la facultad de Derecho Canónico de la Pontificia de Salamanca tuve un encontronazo con un profesor declarado iusnaturista, como buen dominico, y tomista, cuando tuve el atrevimiento, y la poca prudencia, de poner en tela de juicio la tan cacareada ley natural. Llegó hasta a bronquearme en el aula, a pesar de ser grandes amigos, y calificarme al final con las mejores notas en sus asignaturas. Pedí entonces permiso, que se me concedió, para hacer una observación, respetuosa, pero lúcida: “Si existe la ley natural, y ésta, además, fue mejorada e iluminada con el plus de la luz de la Revelación, no se explica la aberración de comportamientos, de silencios y de enseñanzas positivas, que el Magisterio de la Iglesia perpetró en otras épocas, no solo con barbaridades como las torturas de la Inquisicion, sino con otras muchísimas materias, –que yo explicité, y no quiero enumerar ahora para no alargarme-, que hoy son vistas cómo tales no solo por los creyentes, sino por toda razón humana”. El padre Acebal, o.p., decano de la facultad, y profundamente inteligente, no cayó en la trampa de afirmar, como hacen los ingenuos, ¡eran otros tiempos!, porque justamente ese es le gran argumento contra la ley natural, y el auxilio de la Revelación, porque tanto una como otro se suponen inmemoriales, y no sujetos al vaivén de las modas de los tiempos.
Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
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