“No se debe hacer negocio para hacer dinero, sino para cambiar el mundo”
Hace apenas dos días, estaba frente al televisor. No estaba en ese momento “adorando al dios doméstico”. Leía el periódico; aunque de fondo, es verdad, estaba la TV encendida, con la voz a medio gas. Ahora me doy cuenta de que seguramente mis sentidos estaban un tanto divididos: los ojos en el periódico y el oído en la TV. ¡Qué capacidad tenemos, a veces, para hacer dos cosas a la vez, y no hacer ninguna bien!
Pero de pronto, mis ojos abandonaron el periódico y se fueron a la pantalla; acababa de oír a alguien (que ya no pude llegar a ver quién era, la frase que encabezan, como titular, estas letras: “No se debe hacer negocio para ganar dinero, sino para cambiar el mundo”. No salía de mi asombro, porque no podía ni imaginarme que un mortal pudiese afirmar tal cosa; y además en público. ¡Lástima que me quedé sin saber quién había sido ese “mirlo blanco” que rompían con todas las reglas de la sociedad de consumo; y retaba, tan descaradamente, a los que se enriquecen, aún a costa de los demás: individuos, empresas, gobiernos, etc… La verdad es que ignoro si tanta filantropía, tanta generosidad, tanto buen juicio, y tanta cantidad de evangelio acumulado, se pueden dar hoy día. Pero me gustaría que así fuese.
Hacer negocios para vivir, incluso desahogadamente, es lícito y necesario. Pero hacer negocios a costa de que otros no puedan ni siquiera sobrevivir, es criminal y despreciable.
En un mundo en que el hombre es un lobo para el hombre; en que predomina la ley de la selva (la ley del más fuerte): el engaño, el robo con guante blanco, los interese creados y la acumulación del dinero a expensas de lo que sea y de quien sea, el mandamiento de Cristo, el mandamiento nuevo, sigue siendo tan nuevo, tan nuevo, que casi está sin estrenar en muchos corazones. Por eso es difícil concienciarnos de que “no se deben hacer negocios para ganar dinero, sino para cambiar el mundo”.
Félix González
“No se deben hacer negocios para ganar dinero, sino para cambiar el mundo”
En esta frase se conjuran la inacción y la inoperancia. El capitalismo fracasa porque se supeditan la justicia y los derechos del hombre a cualquier beneficio. No es cuestión de despreciar la capacidad de crear riqueza que permiten los mecanismos de mercado y financieros, sino de evolucionar como especie hasta que en nuestro horizonte aparezcan en pie de igualdad mis necesidades y las de los otros.