¡Vaya con Dios!

  Paseo_de_La_Castellana  Iba a buen paso, caminando por el Paseo de la Castellana de Madrid. Me apetecía desentumecer las piernas, tras varios días de reuniones haciendo una vida necesariamente sedentaria. Iba deprisa, porque la mañana estaba fresquita; cuando de pronto, algo , más bien alguien, hizo que mis pasos se ralentizasen, y fuesen acercándose, poco a poco, a un pequeño personaje que vendía “cupones”. Era un “enanito”, no como los de los cuentos de Blancanieves, sino real, muy real. He usado el diminutivo, fuese pequeño “enanito”, no porque fuese pequeño, algo consustancial al concepto de enano, cuanto porque me paree una expresión más cariñosa. Pero, en realidad, no era ni un niño ni un joven; representaba ser ya de edad avanzada. Apoyaba sus brazos en dos muletas, y recostaba su cuerpecillo diminuto en una de las  paredes de la céntrica y populosa avenida madrileña.

   Yo había vivido en Madrid hace bastantes años; sin embargo me llamaba poderosamente la atención el ir y venir nervioso, y un tanto alocado, de las gentes, a esas horas tempranas de la mañana. No caí en la ingenuidad de un compañero, que en una situación parecida, se preguntaba con candidez si toda aquella marabunta de gente iría a alguna parte.

  Lo que sí observé, es que casi nadie fijaba su atención en aquel “enanito” que vendía cupones. De vez en cuando (sólo de vez en cuando) alguien se acercaba, presuroso, para ver si llevaba el número de su gusto; cosa que no solía acontecer. Y el interesado, con decepción manifiesta, reiniciaba su alocada carrera por la amplia calle que le conducía a su trabajo.  Yo me acerqué (no tenía prisa), y compré un cupón; sólo uno porque no soy amigo de favorecer los juegos de azar, porque mi único interés era el de tener un motivo para acercarme a aquella persona ignorada por la mayoría. Quería saludarle, y decirle alguna palabra amable. Seguramente sería mi obra de caridad del día. Lo hice con la naturalidad que me era posible. Fue un momento, corto en el tiempo, pero intenso y cercano. Tras algunas palabras amables, deseándole una buena venta, me despedí cortésmente para seguir mi camino. La despedida fue sencilla. Me atreví a tenderle mi mano, que el aceptó estrechándola con la suya, fría y rechoncha.

—-  ¡Vaya con Dios, caballero!

—-  ¡Y que Él quede contigo!

Yo nunca solía contestar de esa manera, pero me salió del corazón, de manera espontánea, y sin pensarlo. Y estoy seguro que Dios se quedó con él, porque ya estaba allí antes de que yo llegase; y porque Dios está, muchas veces, donde la gente no desea estar, ni siquiera detenerse un instante. Y yo también me fui con Dios, según el deseo expresado por aquel cuerpecillo tan pequeño, que demostró tener un alma grande. Seguí mi camino mañanero, pero ya no iba solo; me acompañaba la imagen de aquel vendedor de cupones, tan pequeño y casi deforme, que me había dio, con una sonrisa de sinceridad y agradecimiento: “¡Vaya con Dios, caballero!”.

                                                                                                 Félix González, ss.cc.

5 Responses to “¡Vaya con Dios!”

  1. Todos los días llega a la Plaza de Lima antes de las 9h. Este invierno larguísimo, helador y lluvioso ha sido soportado por este diminuto hombre. Suele tener su público y sus transacciones, por lo menos… pienso a diario cuando quedo frente a él en el paso de peatones hasta que llega la luz verde.
    Tenemos dificultad para reconocer a Cristo resucitado, como nos decía ayer el Evangelio. Este hombre, en el que cabe un tratado sobre la dignidad, es quien invoca al Dios que queda en nosotros y que nos sabe perfectos.
    Yo creo Miguel Ángel, que tuvisteis un breve diálogo de resucitados.

  2. Querida Susana: no sé que mecanismos internos, o qué subconsciente te ha llevado a llamarme “Miguel Angel”. Si fuera el escultor y pintor, sería demasiado. Pero no me llamo Miguel, ni soy un ángel. Aparte del lapsus, que no tiene importancia inguna, una vez más gracias por tus comentarios, siempre atinados. Y aunque no te consteste a todos, todos son agradecidos.

  3. Miguel Ángel es otro resucitado que anda por estos blogs, perdona el despiste.
    Un abrazo, Susana.

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