¿Cómo es visto el sacerdote por las diferentes culturas?

enfilipinasMe siento a escribir sobre mi visión del sacerdocio ordenado en Asia, pero tengo que aclarar que mi visión está muy condicionada por quien soy, una mujer de 38 años criada y educada en el post-concilio; y de donde vengo, de España de una sociedad laica y una Iglesia que ha perdido su relevancia social. He vivido los últimos 8 años de mi vida en Manila, Filipinas. En mis años de formación yo aprendí que el ministerio ordenado era eso un ministerio dentro de la Iglesia, un servicio, en la comunión del Pueblo de Dios donde hay muchos y diversos ministerios, todos ellos igual de valiosos e importantes. También aprendí que todos somos sacerdotes por el bautismo y que esta función sacerdotal consiste en la transformación de la realidad, cada cual desde donde se ubica en la sociedad y en la Iglesia. El Presbítero, por el ministerio del orden, en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia a través de los sacramentos es cauce de la Gracia, de la vida de Dios, que transforma el mundo, pero cada uno de nosotros somos cauces de esa misma Gracia de Dios y estamos llamados a la transformación de la realidad a través de otros muchos sacramentos de vida.

 

En la Congregación también aprendí de mis hermanos, la cercanía, la humanidad, el ser uno de tantos como Jesús, mis hermanos sacerdotes que se hacen pueblo, cauces de la misericordia y la compasión, revestidos ejerciendo de presbíteros o/y más aun simplemente en las relaciones, en la escucha, en el trabajo cotidiano, en las opciones, a veces simplemente con la presencia entre los más pequeños.

Llegar a Asia y concretamente a Filipinas supuso abrirme a un concepto de quien es el sacerdote y de su rol en la comunidad al que no estaba acostumbrada y que en muchos casos hasta hoy me rechina. Filipinas es una sociedad con raíces profundamente católicas, y aunque el porcentaje de observancia dominical es casi igual que en España, como son muchos, los católicos son más y con mayor influencia. En una sociedad y una Iglesia muy estamental y jerárquica. Siento que la comunidad cristiana tiende a considerar al sacerdote como el único o prioritario representante de Cristo, identificado en su sexo necesariamente con un hombre, con más autoridad por llamarse “father” y que necesita recibir honor y reconocimiento, y un respeto distinto al resto de los miembros de la comunidad. Al sacerdote se le “mima” y adula, como figura de poder y de decisión, como separado y distinto, diferente y especial. El cura en su rol de predicador, en la sociedad Filipina tiene que ser un experto en el entretenimiento, se espera que sea ameno, divertido con dotes para la animación. El contenido siendo importante para algunos en muchos casos pasa a un segundo plano y lo que se recuerda son los chistes que contó durante la homilía. Mucho en la comunidad cristiana se centra y espera del cura, que queda exento de otros deberes ciudadanos, necesita vivir en condiciones superiores a sus hermanos para mantener su dignidad “sacerdotal”. Por su rol su palabra y consejo se buscan y a veces se les coloca como jueces de situaciones en las que por falta de experiencia su palabra es resulta difícil de entender. Eso si al relacionarse con muchas personas y muchas de ellas influyentes el cura se convierte en centro de beneficios y ayudas que encauza en muchas ocasiones hacia otros más pobres.

Echo en falta a menudo en mi realidad de Manila, al cura que trabaja en algo diferente que en la administración de sacramentos, que habla menos y muestra más por sus acciones de Reino. El cura que renuncia a privilegios, aunque a su alrededor se los quieran ofrecer, casi se los impongan. Me falta el cura que sabe acompañar procesos de crecimiento en la fe con visión y proyectos, más que el cura que “dice muchas misas”. Me falta el cura que se identifica con el pueblo de Dios, se siente hermano especialmente de los más pobres y se identifica con ellos y su sufrimiento comprometiéndose con la transformación de la realidad. Me falta la comunidad cristiana que reconoce a Cristo no fundamentalmente en el cura, sino simplemente cada ser humano y especialmente en el sufriente.

Concretamente en la Congregación desearía encontrarme con más hermanos, muchos de ellos que además están ordenados, pero que primordialmente se identifican como religiosos de los Sagrados Corazones no como presbíteros. En Asia fue la primera vez que en mi corta vida en la Congregación donde escuché que había tres estamentos: los curas, los hermanos y las hermanas. Así, en muchas ocasiones nos seguimos identificando, perdiendo a mi modo de ver la inspiración de Jesús que no perteneció a ningún estamento y consideró a todos iguales independiente de su rol o función.

De mis hermanos asiáticos valoro su humanidad, sus relaciones cercanas con las personas y su capacidad de conectar con la vida del pueblo, con su sufrimiento; su deseo de servir, su trabajo muchas veces incansable por la comunidad cristiana. En los países donde los cristianos son minoría, fundamentalmente en India e Indonesia, nuestros hermanos han demostrado en muchas ocasiones el valor de manifestarse y mantenerse a favor de la comunión y reconciliación, en situaciones de persecución y enfrentamiento. Sin embargo a veces siento que el clericalismo y patriarcalismo, “mamado” desde la infancia en la Iglesia asiática, lleva a los hermanos posicionarse en ocasiones más a la defensiva del estamento y menos en búsqueda abierta y libre. Siento que la comunidad cristiana enseñada desde antaño, les coloca por encima en una posición de privilegio y poder. Siento en algunos su miedo a ser diferentes, a romper esquemas y estereotipos siendo primero religiosos y después curas y unos curas cuya primera norma sea el Evangelio de Jesús. Y finalmente siento que su atadura institucional les frena en ocasiones a ser más atrevidos y audaces en responder a la Realidad y les facilita el acomodarse más a lo que se espera de ellos. En cualquier caso yo sigo creyendo en el camino, juntos como hermanos y hermanas, poniendo más hincapié en la misión y la comunión entre nosotros, y esto vale la pena.

Inés Gil Antuñano ss.cc.

(Tomado de “Com-Unión” nº 21)

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