Corazones en red

La ventana de mi habitación (donde duermo y trabajo, y  paso gran parte del tiempo) es amplia, y me deja contemplar un buen trozo de cielo (casi siempre azul); un buen trozo de jardín (con frecuencia florido y verde); y un buen trozo de fachadas, todas muy blancas, que se entrecortan y se superponen, con sus terrazas o sus tejados inclinados, de viejas tejas, donde asoman los jaramagos y los líquenes, regados por la lluvia del invierno y enjugados por el sol justiciero de Andalucía.

Un bosque inanimado de cientos de antenas, recoge las noticias de un mundo globalizado, para hacerlo presente en cada hogar con la última palabra y la última imagen, milagro de la técnica.                                                 

  Mi ventana es como un periscopio para otear el mundo externo, lo que está más allá de mis cuatro paredes, repletas de cuadros y fotografías. Es también como unos anteojos que acercan la realidad del mundo, a mi ventana, y me imagino que lo toco con la palma de mi mano (un engañoso juego que a veces me distrae, y otras me decepciona).

Pero mi ventana es más que eso. Es claridad temprana al amanecer, luz crepuscular al caer de la tarde, y negras sombras, crespones enlutados, cuando llega la noche y cesan los cantos de los pajarillos en los árboles del jardín.

La ventana de mi cuarto tiene vida. A través de sus cristales, aunque no esté entreabierta, se cuelan en la estancia los gorjeos matutinos, en la verde arboleda, mezclados con el monótono zureo de las palomas que saludan la aurora. Y en las noches templadas de primavera, como un rapsoda solitario, el ruiseñor declama los arpegios de sus trinos,   en el silencio denso de las horas del sueño.

Se dice que las cosas no tienen alma;  y, acaso, mi ventana sea la única excepción. El alma de mi ventana está hecha de flores rojas y hojitas verdes. En mi ventana lucen los geranios, que nacen y mueren y vuelven a nacer. En mi ventana siempre es primavera.

                                                                                                            Félix González L.

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