Los laicos: ¿un gigante dormido o sedado?
No hace mucho tiempo, escuchando una charla sobre los “laicos”, me llamó la atención una frase del conferenciante. Dijo que “antes del Concilio, los seglares eran como un gigante dormido”.
Yo me atrevería a decir que “antes y después del Concilio los seglares siguen siendo un gigante dormido”.
Son un gigante, en el sentido de que son una inmensa mayoría en la Iglesia, en relación con los no laicos (clérigos o religiosos). Y también en el sentido de que, como los gigantes, podrían tener una fuerza impresionante. Y no la tienen en la Iglesia. ¿Por qué? No hay una sola causa, ni la responsabilidad es sólo de una parte u otra. Tanto la Iglesia como los mismos laicos tienen su parte alícuota, mayor o menor, de responsabilidad o culpa.
¿Por qué ese gigante ha estado y sigue estando dormido? ¿Está “dormido” o está más bien “sedado”? Si está “dormido”, es su culpa el no despertar. Si está “sedado”, la responsabilidad de esa situación es de quien por unos medios u otros ha logrado sedarlo.
La Iglesia siempre ha sido muy clerical; y toda decisión, orientación, juicio, prohibición o mandato ha emanado de los clérigos. Por tanto el laicado ha sido como un niño a quien se le dice en todo cómo debe obrar, sin posibilidad de tomar decisiones o ser corresponsable de la historia de la Iglesia, de la que es parte.
Gracias a Dios, algo empieza a moverse. El gigante comienza a desperezarse. La Iglesia tiene un gran recorrido que hacer para asumir el papel que a los laicos les corresponde; y no tanto en la mera colaboración, sino en la corresponsabilidad; y no sólo en la ejecución, sino también en la gestión. ¿Son o no son Iglesia? Pues dejémosles serlo en plenitud. No sé si la Iglesia puede o debe ser democrática; pero lo que sí sé es que un estilo más democrático la sentaría muy bien. Si la Iglesia es el “pueblo” de Dios, hagamos que ese “pueblo” tome parte en su marcha por la historia. El Concilio abrió un cauce para la esperanza, superando el esquema tradicional de una Iglesia piramidal; pero en eso como en otras muchas cosas, al Concilio le cortaron las alas para volar hacia una Iglesia renovada. El miedo a correr riesgos, la falta de confianza en el Espíritu, y la añoranza de tiempos cómodos, sesgaron la gran utopía de una Iglesia nueva, obediente sólo al Espíritu, sin condicionamientos ni peajes.
Félix González
Yo, lo que veo, amén de los durmientes, es la forma de cómo se desperezan los que lo hacen.
Por una parte, están las comunidades de base, continuadoras de la renovación que trajo el concilio. Las siguientes generaciones no les han seguido y, los históricos, sin el contraste al que obligan los jóvenes, no avanzan con los tiempos, cantan una y otra vez: “Habrá un día en que todos..”, hablan del imperialismo e inciden en una crítica cierta pero, inmisericorde y de fractura, con la jerarquía eclesiástica, el Vaticano y el Papa.
Por otro lado, tenemos a los cachorros de la plaza de Colón, las familias cristianas en la plaza de Lima, los fervores festivos de los jóvenes con el Papa y una mezcla imposible entre el conservadurismo político y la iglesia más tradicional.
Ahora sí, también está el Pueblo de Dios; la Iglesia que sabe que es un solo cuerpo; que sufre por la guerra y el odio como la madre que ve matarse a sus hijos entre ellos; que comparte el pan en la Eucaristía y sabe que no tendrá sosiego hasta que todos los hombres coman “pan y derecho”; la Iglesia de misioneros y cooperantes; de los que están con los enfermos devolviéndoles salud, comprensión y esperanza; o la de los laicos que no terminarán de agradecer bastante a los consagrados que les hayan transmitido y sostenido la fe.
Susana: bonita reflexión, y atinadas distinciones. La verdad es que de todo se da en la viña del Señor. Pero la gran esperanza de la Iglesia es la de aquellos más lúcidos que al despertar no siguen soñando, sino que se ponen manos a la obra, porque la tarea es abundante. Esos encuentran siempre sitio en este vasto campo , por más pegas que se les pongan.