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Decimos  que una persona  es puntual si llega a una cita o cumple con sus obligaciones a la hora exacta en que se ha comprometido a hacerlo. La puntualidad, por su parte, es el valor que se le reconoce a la persona puntual.  Es la disciplina de llegar a tiempo y de organizar los propios horarios y actividades para poder lograrlo. Y es, sin dudas, una norma básica de convivencia, ya que como se suele decir: el tiempo es oro y la impuntualidad nos hace derrocharlo.

Para ser puntual, hacen falta dos cosas fundamentalmente:

1.- Tener conciencia del tiempo. La costumbre de mantenerse atento a la hora mientras se hace cada tarea, con el objetivo consciente de terminar a la hora que corresponde y, así, no retrasarse con los compromisos siguientes.

2.- Consideración del otro. Pensar en el prójimo y ponerse en su lugar.

También ocurre que existen personas que saben ser muy puntuales para ciertos compromisos y muy impuntuales para otros. En estos casos, lo que suele faltar es el interés por llegar a tiempo. Casi siempre tenemos la motivación necesaria para ser puntuales en las citas y actividades que nos interesan. En cambio, cuando se trata de compromisos impuestos, aburridos, o rutinarios, es más difícil.

Yo considero que esa falta de puntualidad,  cuando es  frecuente y casi rutinaria, supone, además de una falta de educación, una falta de respeto a la persona que espera.

Hay citas o esperas a las que no tiene demasiada importancia llegar un poco más tarde, porque la costumbre lo ha ido permitiendo; y ya se sabe. En algunos lugares lo llaman “los cinco minutos de cortesía”.

Pero hay otros momentos en que llegar habitualmente con retraso, conlleva una carga de mayor responsabilidad e importancia. Conozco personas con formación, que indefectiblemente llegan tarde a la Eucaristía dominical (pudiendo llegar a tiempo). Seguro que no se permitirían nunca llegar tarde a un concierto. ¿Qué indica, además de falta de puntualidad? No quiero saberlo ni juzgarlo, pero no deja de resultarme muy extraño. Lo mismo me ocurre cuando me dicen de alguien, que siempre llega tarde, a lo que sea; o el profesional que acude tarde a su trabajo. Yo lo considero como “desfachatez”, para no aplicar otro calificativo más fuerte.

Cualquiera es libre (allá su responsabilidad o sus gusto) de hacer con su tiempo lo que crea conveniente; incluso perderlo, a pesar de su alto precio. Pero lo que no es de recibo, es malgastar el tiempo de los demás.

Hay quien tacha al “puntual”, de puritano o meticuloso. Yo me pregunto ¿para qué se queda a una hora concreta? Si no es buena hora (porque sea temprano o tarde) póngase la cita a otra hora, pero respétese la hora convenida, a favor de todos. A veces llego a dudar de si ser puntual merece la pena, dada la impuntualidad frecuente. Pero lo seguiré siendo, porque lo contrario es superior a mis fuerzas y a mis convicciones.

                                                                          Félix González

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