Corazones en red

Las personas que trabajan en la Pastoral de la Salud (visita a enfermos y ancianos en soledad), tienen el buen gusto y la sensibilidad suficiente que les lleva a tener un detalle con esas personas en las vísperas de las fiestas navideñas.  Cada año por esas fechas  van en pequeño grupo a visitarlos de manera especial, llevándoles un regalito, más simbólico que otra cosa. Este año se decidieron por una cestita muy bien adornada, con dulces de la época, con su postal de felicitación en nombre de la parroquia. Naturalmente, yo me he unido a esas navideñas visitas, como todos los años.

Pero una vez más estas visitas se han convertido para mí en nuevo tema de meditación y nuevo aldabonazo a la conciencia. Y diré por qué.

La inmensa mayoría de estas personas, además de sufrir la enfermedad o la ancianidad, y muchas veces la soledad, sufren la pobreza, que se manifiesta en sus casas, y en las condiciones precarias en que viven. Todos nos reciben con gran alegría y cariño, pero en el corazón nos llevamos la experiencia de unas condiciones de vida nada deseables, especialmente para personas muy mayores o enfermas.

En este tiempo que suele hacer frío, aunque el clima por estas tierras sea más benigno, carecen de calefacción o de algún artilugio que haga menos dura la climatología. Una manta suele ser el medio usado para calentarse. Casas limpias, pero desangeladas; con abundante humedad, que aparece y se descubre por las paredes. Casas pequeñas e insuficientemente acondicionadas.

Pero nadie respira amargura, quejas o no aceptación. Antes al contrario, todos se alegran con las visitas, que siempre les sabe a poco, y que agradecen más de lo que se merecen.

¿Por qué será que los más pobres son los más agradecidos? ¿Por qué será que la conformidad de los que carecen de tantas cosas es una lección constante para los que casi no carecemos de nada? Hay un librito por ahí, de alguien que trabajó en los suburbios de París, y cuyo nombre no puedo acordarme, que se titula “Los pobres me han evangelizado”. Jesús dijo a los enviados del Bautista:”…y los pobres son evangelizados”. Y las dos cosas son verdad. Jesús vino a evangelizar, y empezó por los pobres, porque eran los que acogían su palabra. Pero esos pobres nos pueden evangelizar, si nos dejamos, porque siguen acogiendo el plan de Dios.

Lo experimentado esta mañana, ha sido una página del evangelio vivida a pie de calle; han sido puntos de meditación no leídos en ningún libro, si no es en el libro de la vida de los pobres, que a mí también me han evangelizado.

Gracias, Señor, porque “la buena noticia” no está solo en Mateo, Marcos, Lucas y Juan, sino también en María Jesús y su marido Manolo (él permanentemente en la cama); en Lola (la de las flores); en Fernanda (la hierbabuena); en Maruja (sorda como una tapia); en Luisa (operada del corazón), y otros muchos con nombres y apellidos, que saben evangelizarnos sin saberlo.

                                                                                                            Félix González

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