El bautismo de Jesús y nuestro bautismo
Pasados los días navideños, y como final del tiempo litúrgico de Navidad, celebramos el bautismo de Jesús. Esta fiesta encierra uno de los misterios principales de su vida. Es, precisamente, en ese acontecimiento, donde y cuando comenzó su ministerio público. El bautismo que administraba Juan el “bautizador”, no era, claro está, el sacramento actual de la iglesia (porque ésta no existía todavía); era un bautismo de conversión; una muestra de que el que recibía el bautismo se arrepentía de sus pecados, y manifestaba que quería cambiar de conducta, cambiar de vida.
Son muchos los que se han preguntado por qué Jesús quiso recibir ese bautismo de conversión. ¿Qué necesidad tenía de hacerlo? El plan de Dios sobre Jesucristo era que se solidarizase con los hombres, pero como dice S.Pablo: “se hizo semejante en todo, menos en el pecado”. Por tanto, no necesitaba de conversión. Pero quiso solidarizarse con los pecadores (que no con el pecado) y se puso en la fila. Era un adelanto de lo que iba a ser toda su vida: humildad, cercanía a los marginados y pecadores…
Pero en ese bautismo ocurrió algo importante: el Padre y el Espíritu se hacen presentes respaldando a Jesús, y proclamando su filiación divina: “este es mi hijo amado, el predilecto”. A partir de ahí, Jesús es dado a conocer, por medio de Juan, como el enviado, y comienza su vida pública; llegan los primeros discípulos, y comienza a poner en práctica la misión encomendada por el Padre.
Día y fiesta importante dentro de la liturgia, y significado importante en la vida de Jesús.
Nosotros también hemos sido bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Ese bautismo nos introduce en la gran comunidad de los hijos de Dios, en la Iglesia, donde encontraremos todo lo necesario para luchar contra el mal, contra el pecado. Somos hechos hijos de Dios con un nuevo título (ya que también antes teníamos a Dios como Padre).
El bautismo de adultos es también un bautismo de conversión y de adhesión a la iglesia de Cristo, para procurar y vivir el Reino de Dios. En el caso de los infantes, el bautismo les capacita para vivir en una actitud de conversión a lo largo de la vida, y a partir de la madurez de sus facultades; y a formar parte de la gran comunidad eclesial.
Entramos en una dinámica de muerte y resurrección. Muriendo al pecado y resucitando a una vida nueva en Cristo. Pablo se lo recuerda a los cristianos de Roma: ¿No sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con Él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva (Rom. 6:3-4).
Esta es nuestra gran tarea: la conversión permanente. Reconocernos pecadores, y ponernos a la cola, como Jesús. Pero nosotros, con toda la razón y necesidad. Y a imitación de Jesús, escuchar las palabras del PADRE, y poner en marcha nuestra misión. ¿Qué quieres Dios de mí? ¿Qué quiere en esta situación concreta en que me encuentro? ¿Qué espera?
Félix González
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