¿A los enemigos, también?
“Yo os digo: amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen…perdonad setenta veces siete” (Mt.5,44). Estas palabras de Jesús tuvieron que sonar en los oídos de sus oyentes como una bomba, si no como una blasfemia. El libro del Levítico ordenaba amar a los amigos y “odiar a los enemigos”. Consideraban como autor, igual que el resto del Pentateuco, al gran legislador Moisés. ¿Cómo se atrevía aquel advenedizo a contradecir lo que tantos siglos había sido norma (sagrada) para ellos? Seguramente no salían de su asombro. ¿No era Jesús tenido como un “maestro”? Entonces ¿cómo se atrevía a contradecir la Escritura? Seguramente que más de uno quedarían decepcionados. Estaba bien que el maestro hablase del amor, pero ese amor tenía que tener un límite. Esto de los “límites” en el ejercicio del amor, es muy propio de la conducta humana, pero para Dios, para Jesús, el amor no tiene ni puede tener límites. Como se suele decir, “la medida del amor, es amar sin medida”. Eso es exactamente lo que Jesús quiere decir con lo del amor a los enemigos.
Pero lo verdaderamente triste es que aquello que los judíos del tiempo de Jesús no podían entender ni aceptar, tampoco, hoy día, muchos creyentes lo aceptan, si no en la teoría, al menos en la práctica.
Amar al enemigo, no quiere decir tener que tratarlos como íntimos amigos, o como queremos a nuestros familiares y personas cercanas. No. Significa algo más elemental, pero importante: no desearles ningún mal, rezar por ellos, ayudarles en caso de necesidad, no guardarles rencor en el corazón, y no tomar venganza. Si alguien fuera capaz de llegar a más, eso sería “amar sin medida, y se parecería más a Dios. No estaría mal recordar las palabras de Pablo a los Romanos (5,8): “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores (enemigos), Cristo murió por nosotros.”
La palabras de Jesús nos pueden y deben hacer pensar: “si amáis a quienes os aman ¿qué merito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman”.
Tenemos que parecernos a Dios (si queremos ser sus hijos), que “hacer salir el sol para justos e injustos”. Y aquellas otras, más fuertes aún: ”amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian”.
Para poner en práctica esa propuesta de Jesús no bastan nuestras propias fuerzas (siempre limitadas). La ayuda del Señor es imprescindible.
Jesús les dice a los discípulos, que no habían sido capaces de curar a un endemoniado, que esa clase de demonios sólo se vencen con la oración. Lo mismo vale para el amor a los enemigo.
Por todo ello, yo encabezaba estas letras con una pregunta: A los enemigo ¿también? Y la respuesta es: también.
Félix González
Sí, también.
¡Y vuélvase del revés la lógica de nuestro egoísmo!
Pero, como dice Félix, es Dios quien lo concede ya que es un ‘Dios-todo-oídos’ para nuestra petición de descansar de odiar; porque los circuitos del amor deben estar expeditos para que Dios se exprese.
Ciertamente, Susana, es Dios quien actúa en nosotros. Pero siempre que le dejemos. Es un Dios impotente ante nuestra libertad. Su bondad y grandeza es tan inmensa, que ha querido hacernos tan fuertes, aún a costa de no hacer su voluntad, que podría imponer si quisiera. Pero no querrá nunca. Por eso démosle ocasión de amar a través nuestro.
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