He escuchado la canción del río
Sí, he escuchado la canción del río. Una canción de cantos rodados, de breves cataratas en miniatura, de croar de ranas en las pequeñas charcas que van quedando a la orilla, de trinos de pájaros que se bañan en sus pequeños remansos. La canción del viento, formando pequeñas olas de juguete, queriendo emular al mar en un “quiero y no puedo”; la canción de los olmos que crecen en la orilla y reposan sus alargadas sombras en el espejo de sus aguas cristalinas.
Y he creído oír, también, la canción de Dios, muy suave y cadenciosa, armonizando el conjunto, como un virtuoso director de orquesta. Porque Dios, también, canta. Yo le he escuchado en la montaña, donde quema el sol y azota el viento, donde el eco repite las palabras como un papagayo amaestrado. Esa voz de Dios que, muy bajito, se escucha en los valles estrechos y angostos; en la árida estepa que pierde su monotonía allende el horizonte; en la vega fecunda, de frutas y hortalizas, que semeja una pintura ¨naïf”, ingenua y atrevida al mismo tiempo. Y en la noche estrellada, en la noche profunda y negra, herida por la luz tamizada de la luna, ¿no se oye a Dios?
Pero, sobre todo y ante todo, Dios se vuelve cantarín en lo profundo del alma que le escucha. Leemos en el profeta Sofonías (3,17).“Yahvé está en medio de ti; ¡él es poderoso y te salvará! Se gozará por ti con alegría, callará de amor, se regocijará por ti con cánticos”. Y en el libro de Job (35, 10), éste dice: “Y ninguno dice: ¿dónde está Dios, mi Hacedor, que da cánticos en la noche?
Y así canta Mercedes Sosa, nacida en el Tucumán de Argentina: “Si se calla el cantor, calla la vida, porque la vida misma es todo un canto. Si se calla el cantor, muere de espanto la esperanza, la luz y la alegría”.
Que no calle el Cantor, no. Que no calle la vida; que no muera la esperanza, la luz y la alegría.
Que no calle el río, ni la montaña, ni el valle, ni callen las estrellas… porque en ellas sigue sonando la voz del supremo Cantor. Y necesitamos su melodía para seguir viviendo, manteniendo la esperanza y la alegría.
Félix González
¡Qué buen oído, Félix!
Puedes estar muy agradecido por haber tocado Dios tu oído con su dedo, para que puedas oírlo en todo.
Susana: sólo hay que estar a la escucha. Todo habla, pero a veces somos o nos hacemos los sordos. ¡Effeta!
Qué adecuado, ¡Effetá!
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