El fin del mundo
Hace unos días hablaba con una persona, buena gente, pero poco religiosa (más bien poco practicante). No sé cómo se llegó a ese punto, pero me manifestó su miedo al fin del mundo, que por lo visto había vaticinado alguna secta, y que no era la primera vez que lo hacía, aunque sin éxito.
Yo creo que el mundo tiene todavía mucha marcha, y que su fin no debe estar cercano, sino más bien muy lejano. De todas formas, ¿quién puede saberlo, si el mismo Jesús les dice a los apóstoles: “De aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre”. (Mt 24,34-35)?
Por eso, los que pronostican fechas y tiempos en que acaecerá el fin, no dejan de ser personas visionarias que pretenden saber más que el mismo Jesús. ¡Necio atrevimiento!
Pero la realidad es que el fin del mundo nos importa muy poco, ya que el verdadero fin acontece para cada uno, cuando le llega el momento de la muerte; entonces este mundo se acaba para él. En ese sentido, sí que se puede tener miedo al fin del mundo, es decir, miedo a la muerte, porque el miedo es muy personal. Y hasta cierto sentido, es bastante lógico temer la pérdida de esta vida, que es un valor. Por otra parte, existe el miedo a lo desconocido; y la muerte es la gran desconocida, que sólo se experimenta y conoce cuando a uno le llega. Y eso ocurre solamente una vez, y no es posible hacer ensayos como en el teatro, donde se puede repetir la escena hasta que salga bien.
Vivimos tan aferrados a esta tierra, que ni siquiera la fe en otra vida muy superior, anclada en Dios, suprime el miedo de perderla. Solamente cuando la existencia aquí es muy desgraciada, o muy dolorosa, o excesivamente dura, hay personas que desean desprenderse de ella, como una liberación.
Únicamente el deseo de encontrarse con ese Dios que es la plenitud de la felicidad, solo cuando la fe es tan grande que se fía de las palabras de Jesús, que confía absolutamente en el amor misericordioso de Dios, puede alguien aceptar la muerte como el mejor de los tesoros. No obstante, como la fe no destruye la naturaleza, es comprensible que exista el miedo a perder la vida que poseemos, también como un gran tesoro.
He encontrado en mi vida contadas personas que deseaban morir para encontrarse con el Dios-Padre; personas a las que no le iba nada mal la vida, pero personas con una fe impactante. Es una postura tan poco corriente, que las recuerdo con nombres y apellidos.
Admito que puede haber criterios u opiniones distintas a las que aquí expreso. Cada uno es responsable de sus propios pensamientos. Y libre de expresarlas. Es la libertad de los hijos de Dios, de que tanto habla San Pablo.
Félix González
La psicología de cada cual, aquí tiene mucho que decir.
Los miedos están gobernados por instancias internas a las que tenemos difícil acceso. Así, yo tengo vértigo aunque confíe en la barandilla que me separa del ‘vacío’.
También se acerecienta el terror a faltar en las personas que forman parte de un entramado familiar que se resentiría grandemente por la falta de un miembro, en un tiempo no natural para la pérdida.
Dejando estas y otras consideraciones y centrando el tema del hombre ante su muerte terrena y la promesa de vida…pienso que es ‘gracia’ el no sentir temor y también es ‘gracia’ de toda una vida, procurar que esto suceda.
Querido Padre Felix: Yo creo que el miedo a la muerte se basa en el deseo de la inmortalidad que no es mas que un pecado de soberbia del hombre que quiere igularse a Dios. Pero es que ademas es un pecado de ignorancia . porque como estableció Einstein en la teoria de la relatividad , el tiempo forma un todo con el espacio ( el espacio-tiempo) y no opude existir sin este. Por tanto no hay tiempo antes de nacer ni despues de morir. Tan absurdo es preguntarse dónde iré despues de morir, como preguntarse dónde estaba antes de nacer. (Pulvus es et in pulvere reverterisi)
Ciertamente, Susana, la muerte conlleva n gran misterio; y cad uno lo asume de forma distinta. Siempre en la oscuridad de una duda. La fe no anula la incertidumbre del más allá, aunque la fe nunca es tan grande como para mover montañas. Esa fe en Dios y su plan amoroso nos ayuda a aceptar la oscuridad, pero ésta no desaparece del todo. La fe siempre tiene sombras, porque no es evidencia.
Amigo Juan: la tentación de ser como Dios es muy antigua; ya el Génesis la describe cuando dice:”seréis como dios”. El pecado de soberbia nos acecha por doquier. Es claro que fuera de esta vida, de este universo, en el antes y después, no hay espacio ni tiempo. Pero los creyentes seguimos esperando que Dios nos recoja después de esta vida. Por eso no pensamos en el “cielo” como un lugar, sino como una situación. Por eso nuestro cuerpo material se queda aquí (como tú dices:
“volveremos al polvo”) Para un creyente, nuestro destino es Dios. ¡Gran misterio que se acepta en fe o se rechaza! Ahí entra el fiarse de las palabras de Jesús, o no hacerlo. Ahí entra, también, la libertad para creer o no.
Un abrazo y gracias por participar en el Blog.
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