Corazones en red

Jesús pone esta parábola de los jornaleros que trabajan en la viña a tiempos distintos, después de haberles dicho a los apóstoles:”Todos, aunque sean primeros, serán últimos, y aunque sean últimos, serán primeros” (Mt.19, 30).

La parábola se ha prestado, con frecuencia, a distintas interpretaciones. Me he encontrado con personas que juzgan al dueño de la viña de injusto, por pagar el mismo salario a los que han soportado el trabajo durante toda la jornada y a los que solo han estado algunas horas. Otros, por el contrario, se alinean con las razones que da el dueño de la viña:”Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajusté conmigo en ese jornal? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera con lo mío? ¿o ves tú con malos ojos que yo sea generoso?”.Y termina repitiendo lo mismo que le sirvió de motivo para la parábola: “Así pues, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos”.

¿Qué plantea Jesús con esta parábola y este discurso? Por de pronto, que Dios es inmensamente generoso, independientemente de los méritos de cada uno. Esto rompe nuestras ideas humanas de producción, de méritos y recompensas. Se nos está avisando de que para Dios no cuentan los primeros ni los últimos.

La “viña” del mundo es nuestra tarea, y la “paga” ya la hemos recibido antes de comenzar el trabajo. Dios no actúa conforme a las leyes humanas. Su Justicia tiene poco que ver con nuestra justicia. Concede gratis, lo que ni siquiera somos capaces de imaginar, ni mucho menos merecer.

A igual prestación, igual salario. A más trabajo más sueldo, pero ¿igual salario a distinta prestación? Son las preguntas que plantea la parábola del evangelio. Para su adecuada respuesta necesitaremos prestar mucha atención a los baremos y tarifas de Dios. En el punto central de la parábola no están los jornaleros, sino Dios mismo. De lo que principalmente se trata no es problema de justicia ni de derechos adquiridos, sino de la gracia y la gratuidad de los dones divinos. Todos somos beneficiarios de los dones gratuitos de Dios.

Dios es el “amo generoso”, que a todos ofrece la Salvación. Pero Dios no es un patrono, ni nosotros somos obreros a sueldo. La Religión no es un contrato de trabajo con Dios en el que nos comprometemos a acudir tantas veces a Misa, a rezar tantas oraciones, para que Él nos pague con el Cielo.

Si pensamos así, nos comportamos como cristianos a sueldo, y nos escandalizamos, como los obreros de la Parábola, porque otros que no cumplen tan religiosamente sus obligaciones, también reciben su paga, la salvación.

                                                                                                  Félix González

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