Tercer Domingo de Adviento

(DOMINGO DE REGOCIJO)

El Tercer Domingo de Adviento, tiene en la tradición litúrgica de la Iglesia un  fuerte tono de alegría. La segunda lectura, tomada de la carta de San Pablo a los Tesalonicenses (5, 16), comienza con estas palabras:”Hermanos, estad siempre alegres”. Es una fuerte invitación a la alegría y al júbilo. Pablo invita a los cristianos de Tesalónica a que vivan siempre contentos y alegres, a pesar de las vicisitudes de cada día. Y el profeta Isaías, en la primera lectura dice:”desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios, porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona o novia que se adorna con sus joyas”.

En ambos casos, el motivo profundo de la alegría es el mismo: se trata de la presencia del Señor en medio de la comunidad (israelita o cristiana). El auténtico motivo de la alegría cristiana es la fe en la presencia del Señor entre nosotros. Una presencia invisible, pero real y eficaz.

Un célebre teólogo, se preguntaba no hace demasiado tiempo: ¿Es posible vivir la alegría de la espera de la Navidad, en un mundo de hambre, pobreza y miseria? Y proseguía: “No podemos responder con un sí superficial, olvidando que los seres humanos no pueden vivir solo de oraciones”. Pero tampoco podemos olvidar que la alegría puede persistir en medio del sufrimiento, impidiendo que éste se convierta en tristeza, en amargura, en encerrarse en sí mismo. Hay que dejar hueco a la esperanza, sin la cual no se puede vivir la alegría que nos recomienda san Pablo.

Y uno de los primeros frutos de la alegría es la paz. Y la paz es hija de la justicia. Y sólo somos justos, si de verdad nos colocamos en el lugar que nos corresponde. Y solo estaremos en ese lugar, cuando vivamos la conversión.

Es Juan el Bautista el que se nos presenta en el Evangelio, predicando, gritando, exigiendo  conversión: un cambio de mentalidad, sin hacer concesiones al egoísmo o a la prepotencia, sin extorsiones ni chantajes, sin violencias y menosprecios.

Y es, también, Juan quien nos indica que eso, sin embargo,  es solo el comienzo de la conversión, porque la verdadera conversión la trae Otro, que viene detrás de él, que será el que bautice con espíritu y fuego. Y la verdadera conversión consistirá en seguir sus pasos. Pero para poder vivir una verdadera conversión, necesitamos empezar por buscar la LUZ que ilumine nuestras vidas.

Pero a veces buscamos esa luz en lugares falsos, en los fuegos fatuos que no iluminan. Hay un villancico que cantamos en estos días, que retrata muy bien nuestra equivocación. Dice así:

“Buscamos la luz que nos guíe, y encendemos estrellas de papel. ¿Hasta cuándo, Señor, jugaremos como niños con la fe? Aunque vanos discursos gritemos, pregonando una falsa hermandad, ¿hasta cuándo, Señor, viviremos sin Justicia y Caridad?”.

Y otro villancico nos recuerda que: “Navidad es el milagro de pararse en cada puerta y saber si nuestro hermano necesita nuestro pan.

 Navidad es un camino que no tiene más estrellas / que alumbrar el extravío del que olvida a los demás. Navidad es el milagro de llegar a la evidencia de que Dios sigue naciendo en quien vive sin hogar”.

 

Solamente si caemos en la cuenta de esta realidad, estaremos en disposición de iniciar la conversión que nos demanda el Adviento. Y podremos poner en práctica lo que hoy nos dice el apóstol san Pablo: “Estad siempre alegres”.

                                                                                                         Félix González

 

 

 

 

 

 

 

 

One Response to “Tercer Domingo de Adviento”

  1. Cada vez más diáfano aquello de: “Navidad es un camino que no tiene pandereta”.

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