Corazones en red

Que hay mucho que cambiar en la doctrina y la práctica dela Iglesiaes innegable para una buena parte de los que formamosla Iglesia. Asícomo hay otra buena parte de los que prefieren apuntarse a conservar a toda costa, por miedo a infringir o trasgredir, haciendo suya la famosa frase de Don quijote a Sancho en el cap. XX de la segunda parte: ”Mejor es no meneallo”.

Hay ciertas maneras de explicar, incluso los sacramentos, que parten de una filosofía sobrepasada, la filosofía aristotélica. Pero, sobre todo, más que en la filosofía donde se fundamenta una parte de la doctrina, que tiene menos importancia, lo que importa es la práctica que afecta a la vida de las personas.

Y, aunque al fin hay que hacer referencia a cosas concretas, lo más importante es el estilo con que se desenvuelve esa práctica eclesial, que nace de un creerse en posesión de la verdad absoluta; en la manera de gobernar o dirigir con conceptos de absolutismo; en conservar, no tanto la tradición, cuanto las tradiciones y costumbres, muchas de ellas fruto de las distintas épocas de su larga historia, que por su misma caducidad, pueden ser reformables, o renovables.

El miedo a los cambios, puede obedecer a la falta de seguridad, falta de confianza; y lleva, generalmente, al envejecimiento y a la inoperancia. Es conocida la frase del Papa Esteban I (254-257), dirigida  al obispo mártir  San Cipriano, en la controversia sobre el bautismo: “Nihil innovetur nisi quod traditum est” («Nada de innovaciones, sólo la tradición»). La respuesta de Cipriano fue: «La costumbre sin la verdad es el antiguo error».

Trasgredir no es siempre sinónimo de perverso o pecaminoso. Si Jesús de Nazaret no hubiera transgredido la ley del sábado, y otras muchas maneras de concebir y vivir la religiosidad de los judíos, pueblo al que pertenecía, ni hubiera cumplido la voluntad del Padre, ni hoy nos serviría de guía y modelo.

Hubo un Concilio importantísimo (convocado por Juan XXIII en 1959 y clausurado con Pablo VI en 1965), que se atrevió a llamar las cosas por sus nombres nuevos, y orientar la vida dela Iglesiapor derroteros nuevos y valientes. Se creó una conciencia universal de esperanza y rejuvenecimiento. Pero, posteriormente (muy pronto) venció el miedo, se perdió la esperanza, y muchas cosas tuvieron que seguir a la vieja usanza.

Hoy día, parece que ese miedo se ha instalado de forma permanente, sobre todo en las altas esferas eclesiales (aunque también en algunas esferas menos altas). Hay una vuelta al conservadurismo, que se muestra en el nombramiento de muchos obispos, en la caza de brujas de teólogos e investigadores, en la desilusión creciente de los fieles católicos, en el “nihil innovetur” de gran parte de la autoridad, en la estrecha vigilancia de la posible “no-ortodoxia”, en el escaso aprecio dela Iglesiapor parte de los jóvenes, que la colocan en penúltimo lugar , a la par que los partidos políticos, en su lista de estima y confianza, y en la falta de práctica dominical y otras normas por parte de los adultos.

¿Por qué tantas actitudes condenatorias que no liberan la conciencia, sino que la estrujan y encadenan? ¿Por qué tanta parafernalia vaticana y tanto protocolo, en lugar de dar un ejemplo de sencillez, normalidad… y pobreza evangélica?

Una Iglesia con menos “empaque”, más dialogante, con un poco más de libertad en la liturgia (más adaptada a la idiosincrasia de los pueblos y regiones), sería más atrayente, más cercana, más evangélica. Una Iglesia  más en busca del Reino, y menos preocupada por el prestigio de sí misma y por connotaciones política, reproduciría mejorla Iglesianaciente.

Una perla preciosa del Vaticano II, es la Constitución Apostólica“Gaudium et Spes”, sobre la Iglesiaen el mundo actual, que empieza diciendo: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”.

Yo me atrevo a recomendar encarecidamente su lectura a todos aquello que no la hayan hecho. Vale la pena. Ahí encontrarán cuáles eran los objetivos y los deseos dela Iglesiadel Vaticano II, respecto a los hombres y al mundo. Y podrán cotejar esos deseos y objetivos con la realidad que vivimos, actualmente, enla Iglesiapost-conciliar.

Reconozco que mi visión dela Iglesiaen estas líneas es parcial. Pero ese es el aspecto que quería resaltar. Reconozco, por otra parte, que hay otra parte de Iglesia que vive esperanzada y haciendo posible su renovación, más fiel al espíritu del Concilio Vaticano II, no sin dificultades, pero con fidelidad.

                                                                                                      Félix González

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