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El día de San José, 19 de marzo, se celebró en toda España, de manera especial en Cádiz, la proclamación, hace doscientos años, de la primera Constitución Española (1812-2012).

“La Constitución de 1812 supuso un gran avance en la historia jurídica de nuestro país en lo relativo a derechos y libertades y como inspiración de las Cartas Magnas de Portugal, Sicilia, Cerdeña, Rusia y sobre todo, en las antiguas colonias americanas de España. Las sesiones de las Cortes, que comenzaron en la Isla de León (actual San Fernando) el 24 de septiembre de 1810, culminaron el 19 de marzo de 1812 con el nacimiento de «La Pepa», bautizada así por ser el día marcado en el calendario como la celebración de San José”.

El texto gaditano fue pionero y rupturista por la proclamación de derechos y libertades hasta el momento inexistentes. «La Pepa» introduce por primera vez en nuestra historia el sufragio universal, aunque sólo masculino y para mayores de 25 años (el voto femenino no llegará hasta la Constitución de 1931). La Constitución gaditana estableció la separación de poderes por primera vez en España. Instauró, también, la religión católica como única confesión posible.

Ha sido una gran celebración, con todo el Gobierno presente,  con la presencia del Rey, y la participación de todos los gaditanos y de otros muchos lugares.

Se ha celebrado, fundamentalmente, el logro de la libertad contra el absolutismo; algo que siempre vale la pena celebrar, porque poder ejercer dicha libertad es la gran aspiración de toda persona, creada libre.

Desgraciadamente, esa libertad está permanentemente atacada y denostada, a causa de los abuso de los “grandes”: el poder, la riqueza, la esclavitud, la negación de los derechos humanos…

Muchas veces la libertad real se convierte en un mero derecho sin posibilidad de llevarlo a la práctica. No es libre el pobre, el parado, el débil, el perseguido… San Pablo (Rom. 8, 21) habla de la “libertad de los hijos de Dios”. Esa es una de las grandezas del hombre, y uno de los regalos mejores de Dios al hombre. Podemos decir que sin libertad, el hombre queda disminuido en lo esencial de su ser. Para ser plenamente personas, necesitamos poder ejercer la libertad, sin olvidar que la libertad personal no puede derogar los derechos del otro. En tal caso, la libertad se convierte en libertinaje.

Debemos poder ser libres para pensar, para expresarnos, para actuar, para relacionarnos, para vivir con dignidad, para escoger religión o posturas políticas. Pero mi libertad no puede invadir la de los demás.

Instalarse en “la sospecha” es ponerse en riesgo de matar al emisario. Y hay demasiada sospecha, demasiada desconfianza, demasiada “caza de brujas”, en el estado y en otras instituciones, incluida la Iglesia. También en lo personal.

                                                                                                      Félix González

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