Corazones en red

El hombre es un animal que aprende. Nace sin “saber”, moviéndose por una serie de instintos, principalmente el de “conservación”. A lo largo del tiempo va aprendiendo de otros, de la propia experiencia y del estudio. Toda la vida del hombre es un continuo aprendizaje. Y este abarca tanto el aspecto intelectual como el manual. Aprende a comer,  vestirse, a nadar, a trabajar, y aprende a valorar las cosas, a formar las ideas, a estructurar el pensamiento, etc…

Pero mi reflexión no va por el aprendizaje en general, sino algo más concreto. Ni deseo hablar del hombre en general. Me voy a ceñir al hombre cristiano, al creyente.

 El cristiano no nace, sino que se hace. Y se hace por el aprendizaje. El Bautismo, sobre todo si es de infantes, no es sino la puerta que le abre a ese aprendizaje. Detrás tiene que haber una serie de conocimientos, de ejemplos o modelos, de prácticas.

Y uno de los aspectos importantes es lo que llamamos la “formación”. Podemos decir que una buena parte de los llamados cristianos, carecen de una buena formación. Basta con hacer una sencilla prospección, para darse cuenta que esa formación es muy elemental, muy superficial. Cuando se habla con personas sobre evangelio, Iglesia, doctrina, cristianismo en general, pronto se da uno cuenta de la debilidad de su formación. Y no se trata de buscar culpables de esa deficiencia, que seguramente los hay, sino de constatar una realidad, que frena e impide una acción de mayor influencia, tanto en sus vidas, como en la eficacia de sus compromisos pastorales.

Creo que la formación es una de las asignaturas pendientes de una inmensa mayoría de los seglares que trabajan en nuestras parroquias; y no digamos en aquellos que no tienen un contacto más estrecho con ellas. Y mientras esa deficiencia siga existiendo, la acción de los seglares quedará muy limitada. La mayoría son de una buena voluntad admirable, pero eso no basta. Y esa falta de formación no sólo se da en personas de menor cultura general, sino también en las de una mayor cultura, con estudios y carreras universitarias.

Una de las tareas más importantes y urgentes, es la de la formación de los laicos o seglares, para que puedan ser, por una parte, más eficaces en la evangelización, y por otra parte, para que se potencie su vida cristiana.

Hubo un tiempo, y no está tan lejano, en que existía la creencia de que los seglares no debían leer la Biblia. Esa era la creencia de mi madre, por ejemplo. Alguna razón tendrían para pensar así. La Palabra de Dios les llegaba exclusivamente por medio de las homilías dominicales, que, además, solían ser muy moralizantes. Hoy suele haber en las parroquias (no en todas) grupos de personas adultas, que reciben una formación bíblica y teológica, en orden a conocer mejor la Palabra de Dios. También hay más seglares que estudian teología en centros de estudios teológicos, que asisten a cursillos y conferencias, o lo hacen “a distancia”. Pero el “pueblo cristiano” en general, cada vez es más ignorante. Cualquier profesional trata de estar a su altura en su materia, porque entra en juego su capacidad de poder ejercer su profesión con dignidad y eficacia. Pero muchos cristianos suelen ser “analfabetos” en aquello que les compete y exige su condición de creyentes. En otro tiempo, se valoraba mucho lo que se llamaba la “fe del carbonero”.  Pero una fe más ilustrada, la potenciaría y daría más consistencia. Una buena catequesis continuada o permanente se hace cada vez más necesaria. No se puede renunciar al aprendizaje, cuando entra en juego el poder dar razón de nuestra fe.

                                                                                                           Félix González

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