Domingo XI del tiempo ordinario

La semilla del Reino va creciendo por su propio dinamismo

Este domingo, el evangelio nos propone dos parábolas, tomadas del mundo agrícola. Termina esta parte del evangelio diciendo que Jesús “les exponía la palabra, con muchas parábolas parecidas, acomodándose a su entender”. Jesús era un buen maestro que sabía ponerse a la altura de la gente sencilla que le escuchaba. Aunque también dice que “a sus discípulos se lo explicaba todo en privado”. Tal vez querría evitar que no lo interpretaran mal, ya que iban a ser los que continuasen su misión, iban a ser los futuros maestros que trasmitieran las palabras de Jesús.

Estas dos parábolas, como todas, nos dicen cómo el Reino de Dios tiene un proceso de crecimiento, y lo hace  debido a su propio dinamismo, a la misma fuerza de la palabra. Como la semilla; como la semilla que se siembra y germina, hasta llegar a la recolección. El labrador interviene en la siembra, pero es la misma semilla la que lleva en su mismo ser el poder de crecer y madurar. “El labrador duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo”.

Es verdad que el labrador tiene alguna intervención en proceso. Pero es la semilla la que lleva la fuerza de germinar en sí misma.

En el caso del grano de mostaza, tan pequeñito como la cabeza de un alfiler, aunque el crecimiento es lento, llega a adquirir un tamaño de grandes proporciones; se convierte en casi un arbolito, hasta el punto de poder acoger a los pájaros. El paralelismo con el Reino de Dios es admirable. Jesús sabía escoger bien los ejemplos o comparaciones. Hemos dicho que era un gran maestro de la palabra.

Pero toda semilla exige unas mínimas condiciones para su desarrollo y crecimiento: agua, sol, buen tempero…y tiempo. Así es también el Reino; tiene dinamismo propio, pero precisa unas mínimas condiciones. Es Jesús quien dice:”El Reino de Dios está dentro de vosotros”. Es necesario acogerlo con los valores del evangelio. Hace falta que no se hiele debido al invierno, al hielo de nuestro corazón. Como la semilla. Hace falta nuestra cooperación. Como dice San Pablo:”Yo planté, Apolo regó; pero el crecimiento lo da Dios”. Dios necesita de los hombres, porque los hombres necesitamos de Dios. “Dios,  que te creó sin ti, no te salvará sin ti”, dice San Agustín. El cielo, nos lo regala; pero sin nuestra cooperación, no nos podrá salvar de los egoísmos, de la injusticia, de la violencia… que es lo opuesto a su Reino.

Pero ¿en qué consiste ese Reino de Dios, del que habla el evangelio, y sobre el que estamos reflexionando?   Se trata de que el mundo sea el lugar donde Dios reine, donde la voluntad de Dios se cumpla, donde el hombre sea feliz porque responde al fin para el que fue creado, donde reine la paz sobre la violencia, la justicia sobre las violaciones del derecho, la solidaridad y el amor, sobre el egoísmo. Donde Dios sea el centro de la vida del hombre, en vez de que el hombre se declare dios a sí mismo. Dios dijo en la creación:”Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”; pero el hombre ha tergiversado las palabras y ha dicho: Hagamos a Dios a nuestra imagen y semejanza. Y trata de encumbrarse a sí mismo por encima del Todopoderoso.

Y ese reinado de Dios debe realizarse aquí, en la vida. Y cuanto antes llegue, y cuanto más en plenitud se cumpla, más felices seremos y más sentido tendrá toda la creación.

Félix González

2 Responses to “Domingo XI del tiempo ordinario”

  1. Bonita reflexión, Félix.

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