Mi geranio y yo

En la ventana de mi habitación tengo un geranio. Lo tengo constantemente a la vista, pero nunca me ha hablado. Hoy, sí. Hoy no he mirado al exterior; me he quedado en el primer plano de la ventana. Allí está este geranio, que seguramente me hablaba constantemente, pero nunca le he escuchado. Hoy sí.

Mirando fijamente sus tallos parduzcos y sus hojas verdes, he oído su voz. Algunos, incrédulos, pensarán que desvarío. Pero, no. Claro que el milagro no es que mi geranio hablase, sino el que yo fuese capaz de escucharle. Ha sido una conversación larga, que yo resumiré por respeto a los incrédulos. Pero vayamos a lo esencial. ¿Qué me ha dicho? ¿De qué me ha hablado?

Mi geranio es viejo, da pocas flores en primavera, y ninguna en el resto del año. Pero está verde, muy verde. Creo que es una manera de agradecer el agua que de vez en cuando le proporciono con cariño, o la lluvia que esta tarde le ha regalado el cielo.

Sus estrechos troncos, ya un tanto añosos, me hablaban del paso del tiempo. El no habla de vejez, porque no sabe de estas palabrejas que usamos los humanos cuando contamos los años. Simplemente demostraban la vida que ascendía interiormente, mezclada con su savia.

Eran sus hojas, de un verde insultante, las que me hablaron con aire de renovada juventud. He dicho que da pocas flores (porque es viejo), pero renueva sus hojas sin descanso. De vez en cuando, cae alguna, muerta de sol y de intemperie.

El geranio de mi ventana me ha hablado al corazón. Me ha hablado como habla un viejo con otro viejo: de sus cosas, de sus vivencias, de sus sentimientos, de sus recuerdos…

A pesar de todo me ha hablado de esa perenne juventud que anida en el corazón, que casi siempre puede permanecer joven, a pesar de las mil arrugas que surcan el envoltorio exterior. Porque en los viejos, la juventud no se ve, solo se adivina.

Mi geranio acaba de pasar el verano, ha entrado en el otoño, y sigue sin flores, no sin vida, no sin verdor; vive con la esperanza de que un buen día, cuando la primavera se acerque, le nacerá una flor, o dos, o tres.

Y la vida de un viejo-joven sigue viviendo, también, de la esperanza de que su alma siga floreciendo.

Me he imaginado las raíces de mi geranio, hundiéndose decididas en la tierra que le alimenta. Y he tratado, animado por su ejemplo, de hundir mis raíces en mi historia, que no por serlo es algo pasado, sino presente en la experiencia acumulada de los años.

He llegado a la conclusión (él me lo ha enseñado) de que no existe la vejez. Sólo es viejo el que quiere, el que se niega a seguir siendo joven, el que hace de su vida un lago remansado, sin corriente, sin cantos rodados por esa corriente de la vida, sin orillas tapizadas de margaritas blancas y amarillas, sin aguas cantarinas, y cascadas.

Por todo ello, yo quiero ser como mi geranio: con el alma verde como sus hojas, que no pierde la ilusión y la esperanza de dar de vez en cuando algunas flores que alegren las tristezas de las gentes.

                                                                                                       Félix González

 

 

 

 

10 Responses to “Mi geranio y yo”

  1. ¿Cuánto somos capaces de ver si miramos con los ojos del corazón?
    .
    ¡¡Ojalá que muchos de nosotros tuviéramos la capacidad de detenernos y mirar a muchas de las personas y situaciones que nos rodean profundizando en ellas, al igual que tu lo haces con tu geranio, nos daríamos cuenta de cómo son y no nos quedaríamos en lo superficial.
    .
    Bonito relato para hablarnos del que tiene el corazón siempre joven a pesar de los años. Por cierto…….Tú lo tienes….y tu geranio también!!!!

  2. No pierdas nunca esa forma de mirar la vida , con los ojos del alma.Si somos capaces de hablar y reir con un genario, cuantas cosas podremos ver y hacer

  3. Ana: tú también lo tienes, aunque con menos años. Espero que lleges a sobrepasar los míos, conservando la juventud y la alegría.

  4. Manuela: tu peremne sonrisa es juventud y presagio de futura juventud. Gracias por ello.

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