Entre la esperanza y la desconfianza
A bombo y platillo (perdón por la expresión) se viene anunciando tanto el “Año de la Fe”, que comienza el 11 de octubre en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, como el “Sínodo de Obispos” sobre la Nueva Evangelización, que el Papa inaugurará el domingo en la plaza de San Pedro. Mi espíritu se debate entre la esperanza y la desconfianza. No soy demasiado optimistas en cuanto a resultados, ni tampoco pretendo ser pesimista. Prefiero, de momento, suspender el juicio, hasta ver qué caminos coge su desarrollo, qué valentía demuestran las conclusiones (si las hay), y cuál es la recepción de ambos acontecimientos eclesiales.
Si el “año de la fe” contribuye en alguna medida a renovar esa fe que desde hace años se viene deteriorando cada vez más, tanto en las personas como en los diversos países, principalmente de Europa, habrá valido la pena todos los esfuerzos de dicho año.
La Fe es fundamentalmente obra de Dios, pero el hombre tiene que aportar su aquiescencia, tiene que aminorar su orgullo, y aumentar su humildad.
En muchos países y muchas personas se ha ido perdiendo la fe paulatinamente. Pero en otros, si no se ha perdido en su mayoría, sí que ha caído en una languidez tal, que no se la puede considerar como operativa y guía de la vida. La fe, sin obras, no pasa de ser una fe muerta, como dice el apóstol Santiago.
En cuanto a la Nueva Evangelización, tan traída y tan llevada desde hace treinta año, fue Juan Pablo II quien acuñó la ya célebre expresión. y la propuso por vez primera ante los obispos de América Latina, reunidos en asamblea el 9 de marzo de 1983 en Haití.
Seguramente que el Papa no podía sospechar las muchas palabras y los muchos libros que han surgido, tratando de explicar su significado y su sentido.
Sin embargo, salvo excepciones más o menos lúcidas, las cosas han seguido, poco más o menos, igual, sin ser capaces, por inercia, por ignorancia o por miedo, de avanzar en lo que se intuye que debe ser lo “nuevo” en la trasmisión y anuncio del Evangelio.
Ciertamente que el Evangelio no cambia, no ha cambiado, pero el hombre, al que va destinado el mensaje, es “nuevo”, es distinto. Por eso , el modo de hacérselo llegar tiene que ser “nuevo”.
A pesar de mi no deseado escepticismo, quiero mantener la esperanza de que entre todos aquellos de buena voluntad, seamos capaces de darle un empujoncito a esa evangelización y esa pastoral, un tanto anquilosada. El mundo tiene sed de Dios, aún sin saberlo.
Félix González
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