Corazones en red

Se entiende por Rito un acto repetido invariablemente, con arreglo a unas normas bastante estrictas.  El hombre, espontáneamente, llena su vida de ritos. Ya al levantarnos, por ejemplo, hacemos una serie de cosas iguales cada día. Los ritos no sólo son religiosos. La sociedad está llena de rituales. Pongamos como ejemplos, la entrega de los Oscar o de los Goya, los inicios y clausuras de Olimpiadas, Mundiales de Futbol, el comienzo del curso en la universidad, o del poder judicial, etc… Si hemos asistido a un matrimonio civil, también podemos  percibir que muchas veces se copian los rituales religiosos.

Hay personas que critican los ritos por repetitivos, inalterables, uniformes. Pero muchas veces, cuando criticamos los ritos, en realidad lo que queremos criticar es el ritualismo, cuando damos más importancia al rito en sí, que a lo que nos quiere decir; cuando repetimos el rito sin saber ya lo que significa. Es entonces cuando caemos en el ritualismo. Entonces el rito ya no es símbolo, y pierde todo su poder enriquecedor. Pero los ritos son necesarios. Por eso debemos esforzarnos en llenar los ritos de significado. Un rito que no nos ayuda a profundizar, no vale la pena mantenerlo; o bien se elimina, o  bien nos esforzamos por darle sentido.

Todos los Sacramentos tienen su rito, que es el marco en el que se desarrollan los signos y símbolos. Y es, esencialmente, invariable, salvo pequeñas licencias de menor monte.

He oído decir más de una vez, sobre todo cuando se trata de la Eucaristía, expresiones como estas: ¡Siempre es igual! ¡Uno se aburre porque siempre es lo mismo!  Es que somos hijos de una cultura que desprecia el ritual, porque adora la velocidad, la eficacia, la novedad constante. Aunque los símbolos sean los mismos, nosotros somos distintos en cada circunstancia; y esos mismos signos o símbolos pueden hablarnos de manera diferente en las distintas ocasiones.

Algunos desearían que no existiese un rito, sino que cada domingo se diese paso a la sorpresa. Pero la sorpresa es como el fogonazo de una hoguera, que se extingue después del primer relumbrón; en cambio, las brasas y el rescoldo siguen calentando largamente, sin estrépito. La sorpresa no ayuda a profundizar; es demasiado emocional y transitoria. Sin embargo, el rito hace que, a medida que pasa el tiempo, vaya profundizando al ser repetitivo.

Tenemos que participar en los sacramentos, de manera muy especial en la Eucaristía, por ser más frecuente, con una disposición abierta al misterio, al diálogo de los símbolos, al mensaje que portan. El encuentro con un amigo, siempre es nuevo. Y la celebración eucarística debe ser siempre nueva, porque nuevo es siempre el encuentro con Jesucristo, que no se repite, aunque sea en unos signos repetitivos.

Félix González

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