Corazones en red

“San Miguel del Monte” es una casa, grande, con su finca aún más grande, que en otro tiempo, y durante muchos años, fue lugar donde la Congregación de los Sagrados Corazones albergaba a los novicios y filósofos de la Orden. Yo mismo cursé dos años de filosofía allí. Hoy día, es una casa de acogida para ancianos, dependiente de la Diputación burgalesa. Un cambio significativo al cambiar los jóvenes por los ancianos. La verdad es que es un lugar paradisiaco, entre montañas, a cinco kilómetros de la ciudad más cercana (Miranda de Ebro). A pesar de la belleza del lugar, hoy pienso que ni era, entonces, lo más acertado para los jóvenes, ni lo es, hoy, para los ancianos, alejados de la ciudad.

En la finca había unas ruinas, parcialmente bien conservadas, de un monasterio que en tiempos más lejanos había sido de los Jerónimos, orden que desapareció. En una de las columnas de la entrada de lo que fue el templo, un religioso anciano, poeta, escribió un soneto que comenzaba así: “Fuiste; ya no eres más. Tus fuertes muros, un día, con fragor cayeron. Y hoy, ni sombra son ya de lo que fueron”, (Carmelo Arbiol).

Bien; esto es simplemente una anécdota, un recuerdo de hace muchos años. Pero me sirve para expresar lo que quiero decir. Es una especie de prólogo.

Aquellas ruinas majestuosas nos hablaban del pasado, junto a la casa recién construida. No desmerecía la casa junto a las ruinas, ni desmerecían las ruinas góticas junto a la casa de estilo moderno. Las dos formaban un conjunto armónico que hablaban del hoy y del ayer.

Pasado y presente sin solución de continuidad. Como la vida misma, como la historia. Porque en la vida no existen compartimentos estancos. La línea de la vida y de la historia, es una línea recta y continua, aunque tenga sus bajos y sus altos. Ninguna de las dos se pueden vivir con atajos, ni bifurcaciones.

La vida hace la historia, y ésta se convierte en maestra de la vida. El arte da paso al arte: románico, gótico, renacentista… Pero ninguno nace de la noche a la mañana. El siguiente siempre es deudor de anterior. Lo mismo pasa con la cultura y con la ciencia.

En la forja de la personalidad, tampoco suele haber saltos bruscos. Una etapa prepara la siguiente. El niño se convierte en joven, pasando por el intermedio de la adolescencia. El joven pasa a la edad madura, lentamente, sin atajos. Y así ocurre con la ancianidad; se llega sin pensar, como de puntillas.

Por eso un anciano es el mismo que fue niño, joven y adulto. Cambian muchas cosas, las propias de la edad cronológica, pero permanece la misma identidad. Y siempre quedan restos de lo anterior. Todos llevamos dentro la candidez de un niño, la rebeldía de un joven, y la serena madurez de un adulto. Todo eso es un anciano: una obra de arte sin solución de continuidad, y sin compartimentos estancos.

                                                                                                           Félix González

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