Domingo V de Cuaresma
(Yo tampoco te condeno. Vete en paz)
Si desapareciese todo el resto del Evangelio, pero nos quedase, al menos, este pasaje que leemos en este domingo quinto y último de Cuaresma, sería suficiente para sentirnos felices al constatar que Dios es perdón. Que Dios perdona y olvida. Sólo da un consejo:”No peques más”.
Si el domingo pasado reflexionábamos emocionados sobre la parábola del Padre bueno y el hijo pródigo, hoy la escena es entre Jesús y una mujer acosada por los que se decían puros y santos, porque la debilidad la había hecho caer en un pecado de adulterio.
Es interesante ver la distinta postura de aquellos energúmenos, deseando apedrear a la mujer por su pecado, y la postura de Jesús, tratando de desenmascarar la hipocresía de los acusadores, y manifestando la compasión por aquella mujer indefensa.
Hay un abismo entre aquellos fariseos y escribas, defensores de la ley sin misericordia, y Jesús, la misericordia infinita frente al pecador: “No he venido para los justos, sino para los pecadores”.
Los acusadores, eran defensores de la ley (lapidación) frente al perdón. A Jesús, por el contrario, no le importa saltarse la ley, a favor de la persona. Los acusadores eran defensores de la justicia humana. Jesús, era y es, defensor y actor de la justicia divina.
Y Jesús, después de pasear su mirada por aquella chusma que exigía venganza, lanzará con rostro sereno, aunque con el interior lleno de decepción por aquella postura intransigente, estas palabras: “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”. Y nadie se atrevió a tirarla. Se fueron retirando avergonzados, comenzando por los más viejos.
Y, a continuación, dice: “Mujer, ¿nadie te ha condenado”
_ “Nadie, Señor”.
_ “Pues yo tampoco te condeno. Vete en paz y procura no pecar más”.
Así fue Jesús; así es Dios. Y eso debe hacer crecer en nosotros la confianza, porque tenemos un Dios de misericordia y de perdón.
Jesús es nuestra referencia y modelo. Las personas, a las que les cuesta tanto perdonar, y perdonar de corazón, habría que aconsejarlos, que abran, con frecuencia, el Evangelio por esta página. Que la lean muchas veces. Y desde luego, que no se atrevan a decirle a Dios, en la oración del Padrenuestro:”Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido”. Porque estará tirando piedras sobre su tejado.
Félix González
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