VI Domingo de Pascua

post 3 mayo 13(La paz os dejo, mi paz os doy)

Durante todo este tiempo de Pascua, Jesús repite a sus apóstoles, con frecuencia, esas palabras tan consoladoras:”La paz os dejo, mi paz os doy”. Pero además añade:”No os la doy como la da el mundo”.

La paz es uno de los frutos el Espíritu Santo. La paz es lo que más serena el alma, porque es una consecuencia de la justicia. Martín Lutero King, escribió en su Carta de Birmingham, escrita en la prisión,que “la verdadera paz no es simplemente la ausencia de tensión: es la presencia de justicia”. No se puede ser feliz sin paz.

Generalmente se define, también, la paz, como un estado a nivel social o personal, en el cual se encuentran el equilibrio y la estabilidad. Lo contrario sería la ausencia de tranquilidad; un estado de violencia o de guerra.

Puede hablarse de una paz social como entendimiento y buenas relaciones entre los grupos, clases o estamentos sociales dentro de un país. Y en el plano individual, la paz designa un estado interior, exento de cólera, de odio y de sentimientos negativos. Se la desea  para uno mismo y para los demás, hasta el punto de convertirse en un saludo (la paz esté contigo).

Cuando alguien no vive en paz consigo mismo o con los demás, vive angustiado, intranquilo, desasosegado. Por eso es un valor tan preciado, fruto del Espíritu. Y por eso, Jesús se la desea a los apóstoles tan repetidamente.

Existe, también, un sucedáneo de paz, a todos los niveles; es lo que se llama la “coexistencia pacífica”, no fundada en la justicia, sino fundada más bien en el miedo al conflicto, pero que no nace del amor, ni de los deseos de entenderse, ni de la fraternidad. Esa es la paz que, a veces, da el mundo. Por eso Jesús dice: “No os doy la paz como la da el mundo”.

Sería bueno que pensásemos en la paz que nos damos unos a otros, en la Eucaristía. ¿Cómo la damos? ¿Qué significa para cada uno ese gesto de dar la paz? ¿La damos como Jesús, o hacemos de ella un mero saludo o un gesto sin valor?

No se trata, simplemente, de saludarnos unos a otros, no. No es un simple saludo, que hemos podido hacer antes de la Eucaristía, o que haremos al terminarla. Es la menra de expresar un deseo de paz para las personas que están allí presentes, y un deseo de que esa paz se extienda a todo el mundo.

La Eucaristía es el marco privilegiado para desear esa paz, ya que es el mismo Cristo, el Príncipe de la Paz, el que nos mueve a ello, porque primero nos la desea y nos la da él a cada uno de los presentes.

También son consoladoras las Palabras de Jesús:”a quien me ama, el Pare le amará”. Si queremos ser amados por Dios Padre, el camino es amar a Jesús. Y amarle supone seguir su ejemplo, vivir el evangelio, y amar a nuestros hermanos.

                                                                                            Félix González

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