Domingo XVIII del Tiempo Ordinario
(Dadles vosotros de comer)
Hoy podríamos partir de la segunda lectura que hemos escuchado, de la Carta de San Pablo a los cristianos de Roma. En ella, el Apóstol se pregunta: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? Y él mismo dice que no podrá apartarnos de ese amor, ni la aflicción, ni la angustia, ni la persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni el peligro, ni la espada. Y luego añade otra serie de cosas como la muerte, la vida, los ángeles, el presente, el futuro, ni ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Entonces ¿no hay nada que pueda apartarnos de ese amor de Dios? Sí lo hay, y encontramos la respuesta en el evangelio que hoy. Cuenta que Jesús se vio ante una gran muchedumbre, que le seguía, y llevaban algún tiempo sin comer. Y cómo los apóstoles le dicen que les mande a su casa a o los pueblos más cercanos para que se busquen qué comer. Entonces Jesús, ante el asombro de los apóstoles, les dice:”Dadles vosotros de comer”. Después vendrá la multiplicación de aquellos cinco panes y dos peces, que llevaba un muchacho. Y de esta manera comieron todos y sobró en abundancia.
Dice el evangelio que comieron cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños (Un poco exagerado parece, ¿no?). Decíamos que casi nada nos puede apartar del amor de Dios. Pero hay algo que sí está en contra de ese amor. Es la falta de amor a los demás. Hoy día (y siempre) hay personas que tienen dificultades, que lo pasan mal, que nos necesitan. Y no atenderlos sí que nos aparta del amor de Dios. Porque Dios se identifica con los más débiles, los más necesitados (pobres, enfermos, atribulados, niños inocentes, disminuidos, ancianos, etc…) Jesús dijo:”Todo lo que hagáis a uno de estos más necesitados, a mí me lo hacéis”.
Esas palabras de Jesús a los apóstoles:”Dadles vosotros de comer”, es una invitación a hacernos solidarios de la ayuda a quien nos necesita. Y si no somos solidarios con los demás, no lo somos con Dios, y ciertamente, quedamos excluidos del amor de Dios. No estamos amando a Dios. Porque, como dice San Juan, “quien dice que ama a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso”.
Félix González
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