La Iglesia no es el Papa
No digo que el Papa no sea Iglesia, sino que la Iglesia no es solo el Papa. Y algunos corren el riesgo de confundirlos. Que el Papa sea un elemento muy importante en la Iglesia, no cabe la menor duda. Pero saber que la Iglesia es mucho más que el Papa, es aún más importante. ¿A qué viene esta pequeña disertación que casi podríamos decir que es de “Perogrullo”? Viene, como preámbulo, a lo siguiente. La inmensa mayoría de los católicos ( y otros muchos que no lo son) deseamos que se dé en la Iglesia un cambio significativo. Cambio que no debe reducirse a pequeños retoques, o a simples gestos esporádicos de cara a la galería, por muy abiertos que sean los gestos. No se trata de gestos, sino más bien, de criterios y modos de actuar, de estilo. Es una manera de estar en el mundo, sin el mundanizarse ( o como dice Jesús: “sin ser del mundo”); es saber vivir y transmitir el evangelio en su integridad; es un modo de ayudar a los hombres a encontrarse con Jesús y su mensaje; es no buscarse a sí misma, sino procurar la llegada del Reino (reinado) de Dios.
La llegada, providencial del Papa argentino, ha abierto una gran esperanza en la cristiandad (e incluso en no pocos “no creyentes”). Esa esperanza se fundamenta en un nuevo estilo de comunicarse, más cercano, más abierto, más humano, más evangélico, más creíble. Y por ahora no ha defraudado.
Pero, con ser todo eso muy importante y necesario, hay que decir que no es suficiente para que se dé ese cambio que se espera y necesita en la Iglesia.
El Papa y su modo de actuar, es importante; no se puede negar. Pero, repito, no es todo ni mucho menos, lo que se espera. Los Papas surgen, pero desaparecen. Sin embargo, las estructuras, las costumbres, las normas, el estilo, la Curia Vaticana y su influencia, continúan. Más allá del modo de ser del Papa, en cada momento histórico, lo importante es que los cambios se vayan haciendo.
Con la celebración del Concilio Vaticano II, se abrió una gran esperanza en la <Iglesia y en el mundo. Pero esa esperanza, se fue viniendo abajo, porque se tuvo miedo a correr ciertos riesgos; faltó confianza en la Divina Providencia, o coraje evangélico para llevar a cabo todas sus intuiciones, y sus proyectos. El concilio, si no se puede decir que murió, sí se puede afirmar que quedó gravemente herido.
Ahora, con la convocatoria del Sínodo de la Familia, y su continuación o remate, en el año 2015, se ha abierto, nuevamente, una puerta a la esperanza, en no pocos aspectos que pertenecen y afectan a la Iglesia. No están faltando críticas y posturas contrarias a una mayor apertura, por parte de Cardenales, Obispos y Curia Vaticana. Críticas que van a ciertas posturas aperturistas, pero que en el fondo, van directa o indirectamente contra el modo de ser y actuar del actual Papa.
Confiemos y esperemos que la acción del Espíritu no sea sofocada, esta vez, incluso antes de nacer
Félix González.
Es un regalo, indiscutiblemente, el Papa Francisco.
Todo en él tiene sabor profético: su nombre, sus zapatos, su autoridad compasiva, su valentía (ej: mafia), la banca, los inmigrantes y ahora el Sínodo.
Sin embargo, mi amor a la Iglesia, al Reino de justicia, a la visibilidad de los cristianos tiene un canal de primer orden: el ‘canal imperial’ que es nuestra llamada a la existencia.
Si yo me transformo, todo se transforma. Porque si yo me abro a la acción de Dios, Dios no puede sino actuar en todos.
Pero ocurre, que nuestra condición de unidos es difícil de concebir para el entendimiento. Los sentidos confabulan para mostrarnos separados y nuestro ‘ego’ vive dedicado a crear el espejismo de que mi bien está en conflicto con el bien de los otros.
Solo precisaríamos convencernos de que el ‘odre nuevo’ no va a desfondarse; que sobre el mar, no vamos a hundirnos; que todo lo hemos recibido gratis; que no necesitamos alforja o que podemos expulsar demonios.
Pero todo lo intuido pareciera (hablo por mí) que pertenece a un sueño desvaído. Es, entonces, cuando el entusiasmo se proyecta fuera de uno mismo: el Papa, la canonización de Romero, la JMJ, la religiosidad popular, la comunidad que me confirma o el Dios que me salva y que me premia.
¿Por qué el Papa Francisco enamora a tantísima gente? Sin duda, porque es distinto, es cercano, es normal, y tiene un visión hermosa de lo que debe suponer el prójimo. También porque se sale del encorsetamiento eclesiástico.
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