Corazones en red

(“No convirtáis la casa de mi Padre, en una cueva de ladrones”)

Este evangelio suele extrañar mucho a algunas personas, incluso, yo diría, que hasta puede escandalizar a algunos más pusilánimes. ¿Por qué? Porque se imaginan a un Jesús tremendamente airado, repartiendo latigazos a diestra y siniestra, arrojando del templo a hombres y animales. Demasiada imaginación para algo más sencillo. También puede suponer un conocimiento erróneo de Jesús. Un Jesús siempre amable, cariñoso, misericordioso, educado, etc. Que no encajan en ese otro Jesús airado, perdiendo los estribos, como se suele decir. Pues, no. Eso no es lo que ocurrió, ni esa es la figura de Jesús.

Jesús ve que el templo, lugar de oración y de encuentro con Dios, ha sido convertido en un mercado, donde cada uno roba lo que puede, llenos de animales de cambistas de la monda, etc. ¿Alguien piensa que Jesús se podía quedar indiferente ante este espectáculo y abuso. Se enfada, se llena de ira ante aquella situación, y no puede callarse; están ofendiendo a Dios, al convertir el templo en una cueva de ladrones. No dice el evangelio que echase a los hombres, los vendedores y cambistas, a latigazos. No. Dice que cogió unos cordeles, y arrojó del templo a los animales. Jesús no era impasible ante la injusticia. La denunciaba, actuaba contra esas situaciones que ofendían a Dios. ¿Por qué nos puede extrañar eso? Al contrario; si ante situaciones así, Jesús no reaccionase, pensaríamos que le daba lo mismo que se obrase bien o se obrase mal. Eso sí que nos podría escandalizar. No es lo mismo airarse que ser violento. Lo propio de la violencia es el deseo de eliminar al adversario. El violento mira al otro que le molesta y lo considera enemigo.

Superar la violencia no quiere decir eliminar la rabia. Hay una rabia buena, necesaria, urgente: la rabia frente al mal. Jesús no fue violento, pero tampoco fue un quietista ataráxico inmune a las provocaciones. En el Evangelio, le vemos ardiendo de “santa cólera” frente a la dureza de corazón de las personas, frente a la manipulación de lo religioso, frente a la falta de compasión hacia los que sufren, frente al desprecio hacia los pecadores…

Si el dolor de los que sufren y las heridas infligidas a los pobres no provocan nuestra ira, no servimos para el Reino de Dios. Pero si nuestra ira se transforma en violencia destructiva, tampoco estaremos colaborando con lo que Jesús quiere.

Félix González

Tags: Félix G.L., Reflexiones // 4 Comments »