Corazones en red

(¿Vosotros también queréis marcharos?)

Jesús ha acabado de pronunciar su discurso sobre el Pan de Vida. Ha dicho a aquellas gentes, no só que Él es ese Pan que da Vida, sino también que el que no coma de ese Pan, su carne y su sangre, no tendrá verdadera Vida. Y la reacción inmediata, incluso en muchos de sus discípulos, es rechazar las palabras de Jesús: ¿cómo puede éste darnos a comer su sangre? Y muchos lo abandonan. Es demasiado duro su mensaje. Entonces, Jesús, se dirige a los apóstoles, a los doce, y les pregunta: “¿También vosotros queréis marcharos? Jesús ha tenido su primer fracaso al no ser aceptadas sus palabras, incluso por parte de sus discípulos. Pedro, el impetuoso de siempre, pero siempre fiel al Maestro, responde en nombre de todos: ¿A dónde iremos? Sólo tú tienes palabras de Vida eterna”. Ya no le siguen todos, sólo los que creen en él continúan a su lado. Jesús sufriría muchas más decepciones a lo largo de su misión, hasta llegar a abandonarlo toda la masa de gente que le seguía. Hasta cuando todos gritan ante Pilatos: ¡Crucifícale!

Y la historia se repite. Hoy muchos bautizados abandonan las enseñanzas de Jesús. Su seguimiento no es cómodo, ni, a veces, fácil. El evangelio tiene sus exigencias, que muchos no están dispuestos a poner en práctica, porque supone nadar contra corriente, supone renunciar al propio egoísmo. No es fácil: perdonar, no es fácil amar a los enemigos, no es fácil compartir generosamente con los necesitados, no es fácil renunciar a nuestros gustos y veleidades… Y ante estas dificultades, muchos siguen otro camino más fácil.  Ante esta situación, Jesús nos pregunta a aquellos que hemos tomado la opción de seguirle: ¿También vosotros queréis dejarme? Aquí no hay un Pedro que responda por todos. La respuesta es personal. Seguir a Jesús es mucho más que aceptar su doctrina, hay que vivirla. Vivir el Evangelio es asumirlo entero, no unas cosas sí y otras, no.  Pero hay que contar con su ayuda. Por eso dice: “Nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Hay un refrán castellano que dice así: “A Dios rogando, y con el mazo dando”. Quiere decir que no basta sólo con nuestro propio esfuerzo y nuestra buena voluntad. Pero tampoco basta con la ayuda de Dios, si no ponemos por nuestra parte. San Pablo nos recuerda: “Nadie puede decir “Jesús es Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo” (1 Corp. 12, 3). Y en el Evangelio según San Juan, encontramos estas palabras de Jesús: “Sin Mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5b).

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