Unos féretros de madera barata
Señor Enrico Letta, llegó usted a Lampedusa cuando ya no tenía sentido aterrizar allí. La muerte estaba más que certificada, y la identificación de cada uno de los ahogados se plasmaba en un número, par o impar –qué más da–estampado en féretros, supongo, de madera barata. Desconozco la intención con la que usted se arrodilló ante uno de ellos, pero la imagen quedó en exceso fotogénica, preparada y estudiada por usted o alguno de sus asesores. Era demasiado artificial como para pensar que su oración, o su recuerdo, era sincero. No digo, y perdone si le ofendo, que usted no sintiera aquello que tenía ante sus ojos, pero como telespectador el fotograma me resultó hipócrita. Usted se arrodillaba ante unos cadáveres delante de los cuales no han podido rezar sus familiares. Delante de unos cadáveres que, una vez obtenida la nacionalidad italiana, han sido cargados como pura mercancía en un barco en Lampedusa para enterrarlos quién sabe dónde. Unos cadáveres que tendrán ahora, sí, ahora, más derechos que aquellos que se salvaron. Unos cadáveres que, ni tan siquiera, tendrán el honor de estar presentes en su funeral. Porque usted, que pregonó que habría un funeral de Estado por ellos, no cayó en la cuenta de que en ese funeral deberían estar esos neoitalianos fallecidos. Usted o sus asesores, esos que probablemente le susurraron en la oreja que se arrodillara para la foto, se olvidaron de los muertos para el funeral. Para ese viaje a Lampedusa no hacían falta ni alforjas ni una fotografía.
[Original escrito en Arial tipo 12. Palabras: 254. Caracteres sin espacios: 1254. Caracteres con espacios: 1506. Párrafos: 1. Líneas: 20.]
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