Un premio de mierda
El jurado soberano del Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2017 ha decidido que el galardón de este año recae en la Unión Europea. Me imagino que desde ya, miles de personas estarán buscando el medio más rápido y cómodo de llegar hasta Oviedo el próximo otoño para la entrega del mismo. Entiendo que entre los ansiosos por montarse en un avión, un autobús o un tren con destino a la capital del Principado estarán los refugiados sirios o iraquíes que están intentando por todos los medios llegar a nuestra tierra y a los que nos empeñamos en darles con el premio del ‘no’ en las narices. Me imagino que también querrán llegar al Teatro Campoamor los miles de subsaharianos que buscan dignidad, trabajo, un hogar y una nómina suficiente en esta entelequia que llamamos Europa. Estos, permítanme la grosería del mal gusto, llegarán en pateras hasta la costa, como vienen haciendo desde hace años en otras playas. Con su llegada, a remojo y con quemaduras en la piel, mostrarán el respeto y agradecimiento que les merece una institución que está viendo cómo el Mediterráneo es ya un enorme cementerio, posiblemente el más grande de todo el mundo. Ansiosos estarán también los preferentistas o los que andan boqueando por la miseria moral de los enriquecidos, por la de los banqueros déspotas, por la de los políticos indiferentes. No se quedarán atrás de deseo de acompañar a la Europa de las siglas, los empobrecidos a causa de un sistema que arrincona a los que no han tenido más medios de vida que el sudor del trabajo heredado de sus padres. Tampoco los pensionistas, que racanean unos euros con los que pagar los recortes que encarecen las medicinas que necesitan. Ahí andarán ellos, nuestros mayores, con su colesterol alto, con su azúcar disparada, con su sintrón descompensado, con sus sillas de ruedas prestadas, con las escaras en la espalda, con su vida por delante. Qué alegría de premio. Pocas veces comprendí que un galardón estaba tan justificado como este. Y si no, miremos la lista de los que se alegran, y que he enumerado con prisas y a lo loco aquí arriba, y a los que podríamos añadir millones de personas con nombre y dos apellidos que han visto cómo el sistema defiende esta Europa galardonada no es otra cosa que una injusticia detrás de otra, una fábrica de excluidos.
Y pensar que en los últimos años merecieron este premio Manos Unidas, Aldeas Infantiles, los Hermanos de San Juan de Dios, o la periodista congoleña Caddy Adzuba… En fin.
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