Juan Pablo II y Damián
Con motivo de la beatificación del Padre Damián, el 4 de junio de 1995, el cardenal Danneels, arzobispo de Malinas-Bruselas, la tierra de nuestro bienaventurado misionero, dirigió una carta a sus diocesanos, en la que resaltaba el hecho de que el Papa Juan Pablo II viajara a Bélgica expresamente para la beatificación de Damián.
Decía el cardenal Danneels: “Ha sucedido, a menudo, que el catálogo de los santos y bienaventurados se enriquezca con ocasión de algún viaje papal a uno u otro país. Pero que el Papa se desplace únicamente con este fin constituye realmente una primicia. Esto último no lo hace jamás. Habrá, entonces, algún motivo para que lo haga. Este motivo no lo conocemos. Sin embargo, nos es posible adivinarlo. Ciertamente, a los ojos de Juan Pablo II, Damián no es un santo como los demás. Él es de una índole especial y merece que la atención del mundo se concentre, por un momento, sobre él y solamente sobre él. Porque Damián es el hombre de la esperanza contra toda esperanza, es el que se pone al lado de la gente que carece de porvenir; para quienes, médicamente hablando, cualquier cosa que se haga será realmente inútil: son las situaciones en que solamente es posible permanecer a su lado y amarlos. Ésta es la razón de la gran vigencia de Damián. Porque no es necesario buscar demasiado lejos respecto de nuestro tiempo actual para encontrarnos con excluidos semejantes, gentes que viven marginadas de la sociedad y a quienes se señala con el dedo. ¡Los leprosos de hoy! Damián muestra por sus hechos y sus gestos que Dios no rechaza a nadie”.
Tras estas palabras del cardenal Danneels, podríamos preguntarnos: ¿a quién rechazamos o discriminamos? ¿A qué nos invita la vida del Padre Damián?
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