Canto a mis pies
LOS PIES
GRACIAS, pareja dispareja,
que conduce
este encuentro de tierra y esperanza
por las calles huidas,
casi sin protestar,
humildemente,
arrastrando en el polvo
los milagros del ojo y el cerebro.
Gracias, pie,
obediente cartero de mi alma.
Si voy de paso,
tú me lo precedes;
si consigo pararme,
me das el equilibrio;
y si duermo o descanso
me apuntas a lo alto
reviviendo en mi alma
el último camino.
¿Es posible que un pie
te lleve de la mano
hasta el mar
o al umbral de una puerta
con presencias
o permita el hallazgo
que es el paso feliz,
la gracia de la vida?
Junto mis pies y rezo desde ellos
porque son dos testigos
de la tierra.
Nada impide a la mano levantarse
o agitar en el aire
señales de alegría.
Ella es la artista
y el pie sólo criado
que obedece
allá en los aledaños de la hacienda.
Tan amigo del margen va y camina,
que siempre, casi siempre
se oculta después de su trabajo.
Ahora es libre mi pie, más suelto
que la mano,
pues no puede agarrarse de las cosas
y vive endurecido
con el limpio trasiego
de las piedras.
Gracias, oh pie, amigo de las aguas.
Descansa aquí
para entreabrirme luego
la senda que conduce
a la plena sonrisa.
Gracias, pie, epígono del cuerpo,
fugitivo amistoso
del calor de la idea…,
llévame hasta el recuerdo
que recupere el aire que da su sí a la vida
y reavíveme el polvo, destartalado y frío
con que vendrá a besarme
la dulce hermana muerte.
Pedro Miguel Lamet
(De Génesis de la ternura)
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