De serie
Vivimos una época en que el mundo nos parece repetitivo. Quizás por mimetismo o imitación generalizada de los prototipos que nos venden los medios de comunicación y las redes sociales, todos parecemos un poco fabricados “en serie”. E incluso, cuando te vas haciendo mayor, un día casi todas las ciudades te parecen iguales o muy parecidas, y los libros se copian y repiten y esa ‟peli” te recuerda otra. Todo se agota menos el manantial que hay dentro de ti mismo.
Hemos salido de las manos de Dios no como copias, sino como originales. Lo que sucede es que pronto desconectamos de nuestro ser interno, nuestro verdadero “yo”, y empezamos a parecernos a otros del montón, como las repetidas cabezas de la foto, tomada en El Rastro de Madrid.
Cuando soy yo mismo, despierto a mi Ser real, imagen de Dios.
La gran prueba de la amistad es cuando renuncio a la foto que me he hecho de ti con mi cámara interior y aprendo a aceptarte realmente como eres. Sólo entonces me doy cuenta de que querer no es pedir un espejo que devuelva mi imagen mejorada, sino asomarme a tu ventana y lanzarme al vacío de la entrega mientras renuncio a mi yo ridículo y narciso.
Por eso te quiero por lo que realmente eres, no por lo que aparentas o lo que me das.
Así es. Aceptar al otro tal como es, es la piedra donde tropezamos permanentemente. Pero, cómo vamos a aceptar al otro tal como es si nos negamos a reconocernos a nosotros mismos? Larga labor la que nos queda. Quizás la senectud sea la época más sensata y coherente del ser humano. Para pensar.
La función principal de la ciudad, en donde permanecemos la mayoría de la población, es la de convertir la fuerza en forma, la energía en cultura, la materia muerta en los símbolos vivos de arte, la reproducción biológica en creatividad social, el ser humano de actuar bajo sus principios que lo conduzca a una vida más sensata.
“despierto a mi Ser real, imagen de Dios”.
La funciones positivas de la ciudad no se pueden llevar a cabo sin la creación de nuevos esquemas institucionales, capaces de hacer frente a las vastas energías que los individuos modernos generan: esquemas tan audaces como los que originalmente transformaron las poblaciones decimonónicas en ciudades consumistas, y son manejadas por élites para hacer del individuo androides