¡Bendita generación¡

Madre octogenaria¡BENDITA GENERACIÓN¡ LLEVO tiempo dando vueltas a estas ideas y con ganas de expresarlas públicamente. Mi padre, Gabriel, murió hace más de una década, ahora tendría ochenta y cinco años, y mi madre, Dolores, vive ahora conmigo siendo ya octogenaria también; ella lleva años cediendo en habilidades físicas y siendo cada vez más dependiente en este sentido. El neurólogo habla de parkinsonismo vascular por enfermedad de Biswanger, pero en medio de todo esto, como ella no sabe de “idiomas” ni conoce a ese señor con nombre tan raro, sigue luchando y viviendo a fondo como siempre ayudada con los copiosos y gratuitos fármacos; los que llaman a casa me dicen que tengo la mejor y más amable secretaria del mundo, nunca tiene prisa y siempre trata con ternura y familiaridad, aunque le cuesta dar el número del móvil por si voy conduciendo y lo explica todo.Ahora me está tocando acompañarle en su aseo, en su comida, incluso en el vestirse, con la ayuda de Querube, un verdadero ángel que desde el plan Concilia se ha agregado a la familia. Este quehacer de servicio va dotando y llenando mi vida con otro sentido, y en más de una ocasión, me silencio interiormente y contemplo y admiro su persona, su historia, y la sitúo con todos aquellos que tienen su edad y que han pasado por las mismas etapas y circunstancias en sus vidas, lo cual provoca en mí verdadera devoción y auténtico respeto ante esta generación que vive en la década de sus ochenta años, los octogenarios de nuestra sociedad.Los niños de la guerraEn esta contemplación recuerdo mi familia, mi calle, mi pueblo, los lugares en los que he ejercido el sacerdocio y me lleno de nombres y personas y veo en ellos a los niños de los problemas de la república, de la guerra, tuvieron una infancia tocada de dolor y quebranto, sin juegos y sin risas viendo el dolor y el sufrimiento cuando no el miedo y el peligro de situaciones injustas que ellos de ningún modo podían entender. Se tuvieron que hacer hombre y mujeres en seguida a toda prisa, pasaron del pantalón corto al largo sin duda e intervalos, fueron jóvenes que tuvieron que asumir rápidamente trabajos fuertes y duros a la vez que precarios, tenían que construir un país nuevo, desde la herida y desde el silencio. Ahora tocaba trabajar sin descanso y hacer la ofrenda del sufrimiento en aras de un futuro mejor que en el presente sólo era esperanza, pero que dinamizaba toda lucha personal por permanecer y vivir en esfuerzo.En su horizonte estuvo claro el deseo y la vocación de construir auténticas familias, trabajando en precariedad y en dolor: Cómo recuerdo los autobuses llenos de hombres de mi pueblo quedando las mujeres y los niños en una despedida triste cuando marchaban a Alemania, o a mi padre con el despertador para levantarse muy de madrugada para ir a segar y ganarse un pobre jornal que nos presentaba como don en la noche para que no faltara el pan sencillo que el mismo partía y nos daba a mí y mis hermanos en mi casa. Principios y valoresSin duda en sus vidas personales y de pareja primó la necesidad sobre el deseo, no fue el placer el objetivo de sus vidas sino la entrega, y sólo por ahí buscaban la felicidad en medio de las dificultades. Creo que todos los de mi generación, y ando en torno a los cincuenta, podríamos proclamar como credo auténtico que nuestros padres han sometido el placer y el deseo al sacrificio y a la entrega, y que lo que somos está fundamentado en esta dedicación sin límites. Han sido personas de principio y valores irrenunciables que han asumido y practicado a veces con muy pocas letras pero con un gran espíritu. Es más permanecen en sus valores de un modo firme, sin ser duros en el juicio con todos los cambios que, a veces locamente, nosotros hemos realizado con duras críticas hacia ellos. Y ahora cuando están en la última etapa de sus vidas ahí los tienes, coherentes totales en su despedida, de pie hasta el último momento y acogedores sin miedo de su muerte como un paso último y definitivo que también quieren darlo en condiciones de sencillez y humildad, molestando lo menos posible. La humanidad y la entrega.Nadie como ellos se merecen ser homenajeados en nuestra sociedad. Son verdadero sacramento de humanidad y entrega, son sagrados. Es un honor atenderlos y cuidarlos, ellos no se guardaron nada y dieron la vida, construyeron un país y lo pusieron en nuestras manos y en nuestra libertad. Se lo merecen todo y olvidarlos sería cortarnos nuestra raíz más profunda y auténtica de donde, aún en la ancianidad, estamos recibiendo la savia y la fuerza de la vida. Si esta sociedad por ser rica, entretenida y placentera, los olvida, se inclinará sobre su propia muerte. No puede haber ninguna excusa para no atenderlos, la sociedad, los ciudadanos, sus hijos hemos de propiciar que estén totalmente atendidos y no sólo en lo técnico-económico, sino en la ternura, en la compañía, en la caricia como ellos hicieron con sus padres, nuestros abuelos; todo esto pienso cuando le parto el pan, lavo su cuerpo, comparto conversación con ella de sus años de infancia y juventud ahí yo veo al Dios de la vida que todo lo da y que pedir no pide nada, aunque todo lo necesite, y cuando pierdo la paciencia siento dolor, porque no tengo derecho a perderla. Ha sido una generación ejemplar, aunque a veces creamos que hemos sido nosotros los que hemos inventado la vida y la libertad. Yo al menos me inclino ante ellos y sufro cuando, como el otro día, celebraba el entierro de una persona de noventa años, acompañado por solo tres amigos. Por eso deseo vivamente este slogan para nuestra sociedad moderna y avanzada: «ni un octogenario sin cariño y cercanía», simplemente por ser de la generación que son.Pronto será su cumpleaños y aprovecho este blog para felicitarla a ella y a todas las personas de los «ochenta y tantos» y grito con todas mi fuerzas: ¡¡Bendita generación!! JOSÉ MORENO LOSADA Sacerdote