Vivir sanamente la enfermedad

Hoy a las cuatro de la tarde nos reuniremos en la parroquia mucha gente para celebrar la vida de Maria José, junto a Jacinto, su marido, y su hija Ana. Nos despediremos de ella hasta la plenitud del Reino, sabiendo que a partir de ahora nos comunicaremos en la comunión de la vida y de la esperanza que es más fuerte que la muerte.Cuaresma 2


Hace dos días nos comunicaban desde un mensaje telefónico que estaba muriendo. Ella había pedido que no la sedaran para vivir y sentir su muerte; admirable como había sido su vida. Tenía cincuenta años.
Realizó sus estudios de medicina, estaría un año ejerciendo y apareció en su vida una enfermedad de las raras( esclerodermatía?). A partir de ahí toda su vida ( 12 años) ha estado marcada por esta enfermedad. Pero la ha vivido como nadie, sanamente y ha sido fuente de salud para muchos.

Ha luchado por vencerla, por aceptarla y ha hecho de ella un trampolín para la entrega, para la solidaridad, para la compasión y el acompañamiento. Ella ha sido quien ha dirigido la asociación de personas con enfermedades raras, los ha animado, ha planteado reivindicaciones. Pero lo más extraordinario, es que no se ha dejado vencer por la enfermedad, además de hacer ella lugar de encuentro y comunión, ha sido de las personas que se han movido en todas las plataformas de reivindicacióin de justicia y solidaridad; en el 0,7 por ciento, en la lucha contra la pobreza… siempre atenta y comprometida.
Ha buscado a Dios a fondo…. y ha tenido siempre esperanza. Ha construido su familia a tope, adoptaron a Ana hace quince años y ha sido totlamente felíz con ella. Junto a Jacinto, su esposo, han sido de una ejemplaridad auténtica, han vivido el matrimonio en la enfermedad, y en la salud, en la alegría y en la triste…
Así que hoy, en la tristeza, de una belleza externa que fue apagándose por la enfermedad, proclaremos la belleza de una vida que ha estado llena de sentido y de fuerza, en la vivencia de una enfermedad que no ha dado tregua ni descanso, pero que no ha podido con la luz y la esperanza que habitaba en el corazón de Maria José; no ha logrado nunca arrebatarle la salud interna de lo profundo y de lo auténtico.
Santo Tomás decía que era mucho más importante “iluminar” que “brillar”. No hay duda ninguna de que esta vida ha iluminado a mucha gente, para mí ha sido siempre luz desde el silencio y verdadera interpelación evangélica. Por eso “hoy quiero ponerla encima del celemín y que alumbre a todos los de la casa” para que todos demos gloria al Dios por el brillo de la resurrección que ya le acompaña y le adorna con una belleza que nunca tendrá fin, y que siempre iluminó a los que se acercaron.

Gracias Maria José. Gracias Dios Padre, por generar belleza en la cruz de cada día y en personas que alumbran salud en su enfermedad.

He gozado en la celebración cuando el presidente me ha pedido que  proclamara el evangelio y habían elegido el de la bienaventuranzas de Mateo. Lo he sentido al proclamarlo evocando la persona y la vida de María JOsé.

3 Responses to “Vivir sanamente la enfermedad”

  1. Es curioso pero constato que precisamente las personas de tal grandeza humana padecen en no pocos casos enfermedades que llamas raras.Las conozco de cerca.Son para los demas referencia donde cuestionarse el sentido de la vida; donde encontramos la verdadera profundidad de nuestra existencia. Sé el vacío que dejan, pero tambien la enorme satisfacción de haberlas conocido .Aunque no conozco a sus familiares, les acompaño en la oración y comparto con éllas mi convicción de su vida ya en Jesús y de que élla nos acompaña.A ti, Pepe, mi consideración por tus artículos llenos de mensaje evangélico.

  2. Cuentas un ejemplo lleno de profundidad y belleza. Creo que, en medio del dolor, has sido un afortunado conociendo a esa mujer. Que Dios, quien ya la ha bendecido a ella, bendiga a su familia, a los enfermos, a sus familiares y nos ilumine a quienes intentamos cuidarles y ayudarles.

  3. Os adjunto la homilia que Paco Maya pronunció en la celebración de Maria JOsé y que nos ayudó a iluminar el momento:
    HOMILIA FUNERAL DE MARIA JOSÉ

    Queridos Jacinto y Ana, querida familia y amigos:

    Todos tenemos esta tarde sentimientos de dolor, tristeza, angustia. Me decía Jacinto: “nunca había experimentado tanto dolor, un dolor que hace que tenga una flojera extrema en las piernas”. El libro de las lamentaciones le pone palabra a los sentimientos que hay dentro de nosotros: “Me han quitado la paz”, “estoy abatido, lleno de aflicción y amargura”.

    Es normal que todos estos sentimientos broten ante la muerte de la persona a la que queríamos, porque la muerte siempre tiene mucho para ser llorada, protestada y hasta para rebelarse contra ella. Pero también hay otro sentimiento que prevalece con más intensidad que los otros: el de la gratitud. Hoy sentimos gratitud y agradecimiento a Dios por la vida de Jose, una mujer sencilla, que valoraba y cultivaba la amistad; una mujer fuerte y luchadora, una mujer que supo aceptar los límites sin perder la esperanza, mujer de profunda confianza y trascendencia, que nos ha dado a conocer con su vida el rostro tierno, débil y frágil de Dios.

    María José se ha convertido en un referente, en un modelo de vida, en un testigo del evangelio. Seguro que ella se preguntaría, como vosotros, el ¿para qué de tanto sufrimiento en estos 12 años tan largos de enfermedad?, ¿qué sentido tenía una enfermedad tan prolongada y penosa? Y seguro también que no halló respuesta, porque se trata de un misterio de la condición humana, limitada y deficiente; ante el misterio solo cabe la respuesta que cada uno ha de adoptar con su propia actitud: o se asume y se integra como parte de nuestra existencia –partiendo de una rebeldía contra el dolor y la enfermedad- o queda uno roto y anonadado por él.

    Sí, la primera actitud humana de respuesta ante el sufrimiento y el mal es, debe ser, rebelarse y luchar lo indecible contra ellos. Es lo que hizo María José y su familia. Luchasteis lo indecible en familia buscando remedio en la ciencia. Es la actitud que mueve a tantas personas a poner lo mejor de sí mismo –investigación, conocimientos, medios, vocación y entrega- en aras de subsanar, o al menos paliar lo posible, los estragos de la enfermedad y del dolor. Esto fue lo que hizo María José, luchó contra su enfermedad, y luchó también junto a otros, al frente de la asociación de enfermedades desconocidas, para que la ciencia llegue a investigar y poner remedio a estas enfermedades.

    Pero no siempre se consigue. A pesar de los avances innegables de la ciencia, hay casos como el vuestro para los que no se encuentra remedio. No queda entonces otra aportación humana más que la del acompañamiento al enfermo, estar cerca de él y hacer más llevadero su amargo trance con la atención exquisita y con el cariño entrañable. Así lo habéis hecho vosotros, Jacinto y Ana, acompañando permanentemente a María José en su dolor, en su enfermedad, en su lucha. Mutuamente os habéis ayudado en todo este proceso.

    Hoy nuestro corazón se ensancha y se llena de esperanza al ver como en este mundo individualista, mundo de competitividad y ganancia, hay personas como vosotros que nos enseñáis a vivir en la gratuidad, en el servicio, en la entrega y en el amor fiel hasta la muerte. Gracias, Jacinto y Ana por haber sabido estar ahí, con ese amor que salía de dentro, dándole a María José vuestro apoyo, cariño y compañía. Gracias a toda la familia y amigos que le habéis acompañado en sus momentos de oscuridad, de cruz, de sinsentido. También vosotros habéis sido los mensajeros de Dios, los enviados por Dios para ser en su vida iconos de su ternura y de su compasión..

    Pero sobre todo, en esta tarde, damos gracias en esta eucaristía por María José. Ella supo vivir amando intensamente a Jacinto, y supo desvivirse cariñosamente por su hija Ana. Jose asumió ese misterio de la vida en el que tuvo que pasar por una larga pasión, y como Jesús también ella desde su impotencia decía: “Pase de mí este cáliz”, ¿por qué me has abandonado?”. Siempre buscaba por las mañanas, cuando el dolor se lo permitía, – me contaban Jacinto y Ana – tener unos espacios de oración, de encuentro con Dios, para poder encajar durante el día el sin sentido del dolor. A María José lo que le dio sentido al sufrimiento, no es el hecho de sufrir, sino la manera de seguir amando desde el corazón del sufrimiento. Le dio sentido aquello que también da sentido a la vida: permanecer en relación con los demás y continuar interesándose por otros, evitando que el corazón se cierre.

    María José, a pesar de la oscuridad y de no entender su calvario, puso en las manos de Dios el dolor, el sufrimiento y la misma muerte. Fue una creyente convencida, que se trascendía en la vida, sabía que Dios se le escapaba, que era el Totalmente Otro. Y nos enseñó cómo hay que edificar un mundo nuevo, luchando desde el dolor y con paz para quitar el dolor de otros. Se abandonó a Dios, y fue bienaventurada, según Dios. Esperó en Dios, y Dios no le abandonó, porque el amor de Dios no se ha acabado, ni se ha agotado su ternura. Y con su ternura Dio sufría en ella y con ella.

    María José antes de morir quiso despedirse conscientemente de todos, convocó a toda su familia y amigos allí presentes en el 12 de Octubre, para que con ella orarán y recibiera con paz la unción de enfermos; quiso encomendarse y ponerse en manos del Padre Dios orando con los suyos, y Dios al traspasar el umbral de la muerte la habrá acogido como bienaventurada, le habrá ofrecido su Reino, y como dice el libro del Apocalipsis, “le enjugará sus lágrimas. Y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque lo de antes ha pasado” (Ap. 21,3-4).

    Consolémonos, pues, en este banquete de muerte y resurrección, sabiendo que María José es aclamada como bienaventurada por el Padre Dios, y ella que se identificó con el Siervo de Yahvé, dándose a favor de otros desde su dolor, ahora podrá ver el rostro de Dios, y disfrutar para siempre con Él.

    “Dichosos, bienaventurados los limpios de corazón, como María José, porque ellos verán a Dios”.