Fabiola ha muerto


Era de Ecuador, inmigrante aquí en Badajoz, participaba en la Eucaristía que celebramos los primeros domingos de cada mes con la comunidad latinoamericana en nuestra parroquia, tenía treinta y nueve años y una  hija.

Hoy era primer Domingo de mes y de curso, llegué a la parroquia tras estar preparando el ritual de una boda con una familia, me acompañaba Diego, el encargado de Cáritas, implicado también en la cuestión de inmigrantes en la parroquia, quería llegar antes de la hora para preparar las mesas que sirven para compartir algo entre todos después de celebrar la eucaristía, en ese porche de encuentro y vida que alarga al templo para que llegue  a la plaza, al centro de la vida, que es desde donde nacen los motivos para las celebraciones litúrgica.  Hoy la Eucaristía iba a tener un sentido especial porque se aplicaba por Fabiola, era la despedida cristiana y esperaban a más gente de lo normal de los países latinos. Curiosamente esta misma tarde, en el silencio de la siesta, había ultimado un trabajo para la revista Imágenes de la Fe, con otros compañeros sacerdotes, Paco y Ricardo, acerca de la parroquia en tiempos postcristianos, es decir, los nuestros.

Tras llegar con Diego y  ver con Paco cómo y dónde poner las mesas para compartir después de la Eucaristía, han llegado Diego e Inma, matrimonio  de militancia cristiana, que llevan la delegación para los inmigrantes en nuestra diócesis, ellos son formados, sensibles, con criterios de vida y humanidad, con evangelio a flor de piel, incluso con algún hijo incorporado a su familia venido del Salvador, todo un lujo de iglesia laical implicada y protagonista e implicada en  la realidad inmigrante de nuestra diócesis. El ambiente enseguida se ha poblado  de latinos, toda una masa, que junto a otros  habituales de la parroquia,  han llenado el templo a tope. Hasta el punto que he tenido el papel de acomodador y  he señalado las puertas por las que debían entrar para poder ocupar asientos vacíos a los que llegaban tarde una vez que comenzó la eucaristía, ahí he vuelto a descubrir el oficio de hostiario.  Un abrazo especial para Josely y Antonio Sáenz, compañeros sacerdotes diocesanos que trabajan en Perú, desde hace muchos años, y que hoy casualmente venían a celebrar con esta comunidad latinoamericana. El ambiente de comunidad, cargado de sentimientos especialmente en los inmigrantes,  la parroquia con vida y color de lo universal  y  fraterno, del corazón del Padre, de la Sangre del hijo y  la fuerza y el ánimo del Espíritu. Todo un signo de lo que queremos ser.

Yo  en mi interior he recordado algo de lo que va  escrito y reflexionado en ese número de la revista imágenes de la fe y que hoy ahí se estaba cumpliendo:

 “…hemos de superar y  renunciar a todo tipo de comprensión de la parroquia desde el legalismo pastoral que no conduce al encuentro y obstaculiza la acogida y la misericordia que es el lenguaje propio de un verdadero centramiento cristológico de nuestro quehacer evangelizador más básico, sin obtener realmente nada pastoralmente válido, en muchos casos para personas que sólo se acercan circunstancialmente a nuestros espacios parroquiales eclesiales y que son realmente

 Necesitamos salvar y conquistar la parroquia como lugar de encuentro, para que pueda encarnar la Iglesia signo de unidad de los hombres con Dios y entre sí, que sostenía el concilio Vaticano II. Para esto no nos basta el Dios del templo, necesitamos hasta de espacios materiales que nos lleven a  otra visión y realización, lo que alguna vez hemos llamado graciosamente “el Dios del porche”. Esto se impone tanto en los lugares pequeños y desperdigados del mundo rural como, y quizá más, en los barrios y  centros de las ciudades.”

Ahí he sentido como Fabiola, siendo de Ecuador a donde irán sus cenizas, es nuestra, de nuestra comunidad, de nuestra vida y de nuestra Iglesia; vino luchando por su vida, por su hija, por su familia y ha terminado sus historia rápidamente, es símbolo de toda esa  humanidad peregrina y emigrante, y he recordado a  Israel nómada por el desierto hacia la tierra prometida, y sobre todo al Dios que lo acompañaba día y noche para llevarlo a la tierra prometida, como un  hebreo más, con su tienda  de campaña en medio del pueblo.  Y he orado, mientras cantábamos “alrededor de tu mesa venimos a celebrar, soñando como el Padre  la llevaba de su mano a la vida eterna, ese Reino  de felicidad y de gozo, de dinamismo vital, donde nos movemos por amor, pero no por necesidad, por gozo y no por ruptura, porque allí somos definitivos afincados en el corazón del Padre.  Le he pedido, creyendo en la comunión de los santos: “Fabiola, ábrenos la puerta cuando lleguemos, especialmente a estos peregrinos de la parroquia de Guadalupe, donde tu fuiste nuestra hermana y con nosotros celebraste esta esperanza con todas las banderas y colores de la tierra y de la gente”.