“Tu rostro buscaré, Señor”

PARA ESTAR CON ÉL…

Semana de  ejercicios Espirituales.

Seis días de escucha y discernimiento de Espíritu, que es lo propio de los bautizados. Marcho a Villagonzalo, con otros compañeros sacerdotes  y con un maestro de la lectura creyente y del estudio del evangelio, como es Manolo Barco, actualmente responsable de la Asociación sacerdotal del Prado en España.  Cada año, busco al menos una semana dedicada con exclusividad a este oficio, casi siempre en Ávila con sacerdotes de toda España; este año corresponde hacerlo aquí en la diócesis, y comienzo hoy. Rezad por nosotros.

No es nuevo que lo que dice el Evangelio, no es verdad porque él lo diga, sino que lo dice porque eso es verdad en la vida, y es verdad que “sin Él, no podemos hacer nada”(Jn 15,5) y, si lo hacemos, pierde su valor más auténtico. Y a este discernimiento ayudan los ejercicios espirituales que vamos haciendo en medio de la vida  ordinaria, pero  que a veces también  requieren un tiempo especial y exclusivo. ¿Qué es lo que busco yo en los ejercicios? De modo sencillo, creo que busco profundizar en el conocimiento de Cristo, para “más amarle y seguirle” – al decir de Ignacio de Loyola-, y en especial en esa dimensión tan propia de su persona: “Vivir desde el Padre”; El nos mostró un modo de vivir, discernir y hacer las cosas en la vida, y nosotros como discípulos necesitamos abrirnos a ese modo de relación con el Padre:

–          Confiar en Él: “Si esto hace con los lirios y con los pájaros que no hará por vosotros, hombres de poca fe” (Mt 6,28).  Te doy gracias… La confianza en el Padre es la única fuerza y motor que nos puede llevar a nosotros al verdadero compromiso fraterno y comunitario en el mundo; lo que no hagamos desde esta confianza acabará siendo esfuerzo prometeico que acabará con nuestras fuerzas y con nuestra ilusión, quitándonos la verdadera esperanza. Por eso, nuestra oración no puede decaer, no podemos desistir: “Cuando oréis decid: Padre nuestro que estás en el cielo, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad…” (Mt 6,15)

–          Hacer lo que hemos visto que Jesús ha aprendido de su Padre: hace salir el sol sobre buenos y malos, acoge al hijo pródigo, lo perdona todo, sale a la búsqueda de lo perdido, sana, arriesga, entrega, lucha, defiende, critica, libera. Y lo hace todo en el camino de la historia y de la vida, en medio del pueblo, en lo cotidiano y en lo diario, en lo sagrado y lo profano, porque desde la encarnación ya no hay frontera.

–          Desde la  mirada creyente: Este quehacer y sentir  no se improvisa, sólo puede venir dado si se nace de lo alto -“Tienes que nacer del agua y del espíritu” (Jn 3,5)-, si nos abrimos al Espíritu para leer creyentemente la historia, la vida, los acontecimientos y, en ellos, la revelación del Dios que nos ama y que salva. No hay compromiso verdaderamente cristiano si no hay mirada, lectura creyente de la vida personal y comunitaria de todo lo que acontece; esta mirada requiere silencio, profundidad, palabra evangélica, comunidad de vida y celebración litúrgica del paso de Dios por nosotros y los demás.

Y todo  para   llegar a la identidad  con Cristo, y  poder decir con Pablo: “Ya no soy yo  quien vivo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20), y poder proclamar todos, en medio del mundo, “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre”, viendo cumplirse el deseo más profundo de Cristo ante la humanidad: “Que sean uno Padre, como tú y yo somos uno para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21).

¡Hasta la semana que viene¡