“135” JML

 Sacramento: Calor y color de hogar y de vida…

Es  Leonardo Boff el que en su pequeño- gran libro “Sacramentos de la vida”, desde la anécdota del vaso de zinc junto al pozo, deteriorado y golpeado, pero lleno de vida y de historia que da y sirve el agua que sabe como ninguna otra, y la colilla del último cigarro que fumó su padre antes de morir, que  siendo casi ceniza mantiene el fuego de su recuerdo y prende eternidad, nos abre al sentido de lo sacramental en lo más pequeño.  Lo pequeño y lo diario, con lo que vivimos,  cuando es humanizado cobra un calor y color que sólo algunos pueden detectar,  porque pueden escuchar su historia, sus orígenes, las manos que lo han tocado, los sentimientos que en ellos se han depositado… Yo lo experimento cada vez que entro  en la casa del pueblo, en Granja de Torrehermosa, la calle cervantes 17, la de mis hermanos, de mis padres,  de los tíos, los abuelos… su olor, su estructura, sus detalles… es como entrar en el reino de lo vivo, lo que permanece, lo que habla y grita, con todos los sentimientos posibles: alegría, silencio, tristeza, dolor, cariño, noche, día,salud, enfermedad, abundancia, penuria, nacimiento, muerte, luz, tormenta, sol, calor, camilla de familia, sueño, fiesta, luto, presencia, ausencias, bodas, comuniones, los que se fueron siempre presentes, las señas de los que viajaron, tanto y tanto…

Recuerdo que estando en el seminario,  Don Manuel Seco – formador, tutor, acompañante, familiar…-traía y llevaba la carga de unas bolsas, hechas en tela blanca, la llevaba llena de ropa desordenada y sucia, la traía radiante, limpia, ordenada, planchada y oliendo a hogar y a cariño hogareño, personal e intransferible. En lo grande y enorme del seminario, llegaba el sentido del hogar en una bolsa de ropa, marcada por el número que tenía asignado  para identificarla (135) y con las iniciales en mayúsculas (JML), en rojo y a punto de cruz. Cuando la recibía, miraba, olía y recordaba el hogar, la camilla, el brasero, la familia, y además me llevaba el alegrón de alguna dulzaina – soy muy goloso- y esos veinte duros en papel marrón, que te hacían sentirte el mayor señor del  mundo, aunque los guardabas para poder comprar café  portugués – “El camello”- de contrabando  en las barriadas cercanas al seminario, por la central lechera, y dar un alegrón en casa que estábamos muy achuchados; aunque existía el peligro de ser recabado por la guardia civil en  el Leda, pero nunca nos tocó. Alguna vez le escribí a mi madre, diciéndole lo que agradecía recibir la bolsa de ropa y lo que significaba para mí, cada prenda, cada doblez, su limpieza, su olor, sus detalles… y ella no pudo menos de llevarla a la vecina joven, Justi, para  que la leyera  y emocionarse juntas por el sentimiento expresado y el agradecimiento manifiesto del hijo hacia la madre.

Y …¿a qué viene todo esto? Sencillo. He ido a acostar mi madre como cada noche, me ha parecido que era poca ropa la que tenía en la cama, que ha enfriado mucho en estos días, y le he preguntado si quiere algo más. Me ha pedido que le ponga una manta más, y he ido por ella. Al traerla y echarla sobre la cama, he visto el “135” marcado en rojo, junto a las iniciales mayúsculas (JML) a punto de cruz. Y he comentado con ella la historia de este cobertor, floreado y amarillo-marrón, discreto y gastado, muy gastado. He contado los años, tiene cuarenta y tres, está con nosotros desde que yo tenía once años e ingresé en el Seminario. Recuerdo ir con mi madre a la tienda de “Emilio el de las telas” en el pueblo, pedirle buenos cobertores  para su hijo que iba al seminario,  y elegir este y otro azul, para pagarlos poco a poco, que los cosas no andaban muy allá para los jornaleros eventuales.  Y nos hemos reído  de las marcas de los números  y de cómo los hicimos; compró hiladillo blanco, me pidió que yo pintara con lápiz el número un montón de veces, y ella puntada a puntada pasó el hilo rojo –le ayudó la abuela Victoria-; las iniciales las hizo a punto de cruz con un modelo, de ahí la diferencia: perfección en las letras y deficiencia en los números, nunca fue mi  fuerza la habilidad estética. Este recuerdo  y la historia  del cobertor me ha llevado  a la vida, al recuerdo, al sacramento del que nos hablaba Leonardo en su libro, y una vez más me he visto cercano al misterio, al echar  esta manta sobre la cama de mi madre, y hacerlo con cariño y ternura, con el mismo que ella lo compró, lo marcó, lo lavó y cuidó siempre – con esa cultura de lo sencillo,  la pobreza y la limpieza que hoy tan bien nos vendría-  con esa entrega del detalle, y hoy  veo  esta prenda gastada,  con mucha historia y ya vieja, pero quiero guardarla porque  a mi madre  es la que más le gusta,   al estar gastada pesa menos, está más suave y da un calorcito que a ella le satisface. Para mí, después de oír esto de su  lengua y sus labios , ya gastados y apenas audibles, es  una manta sagrada y única, donde está realmente presente el sentido de la vida, el auténtico. Para otros se verá raída y sin importancia, para mí un tesoro que habla y dice lo que ya mi madre casi no puede musitar, pero vale para cubrirla y que  sienta el calor que le gusta en la noche, después de haberla besado con más fuerza y más veces que otras noches; sí, me han dado ganas de besarla  “135” veces.

 

10 Responses to ““135” JML”

  1. genial!!!!!
    me ha traido a la memoria aquellas historias que me contaban cuando era pequeña…
    yo aquello no lo viví pero me lo conozco al dedillo

  2. Tito, deduzco que era tu número cuando eras seminarista y la abuela te lo tenía que bordar en sábanas, mantas, toallas…igual que a mi hermano no??jeje, qué buenos recuerdos, mi madre bordando con el punto de cruz, Esperanza…

  3. El mío era el 18. En mi época éramos muchos menos.

  4. El 271. No se me olvida. Tampoco lo que cuentas. Yo también lo viví.

  5. Y yo también lo viví. El mío era el 53 en el monasterio del Valle de los Caídos.

  6. Y el reto y el horizonte está en ir construyendo esos sacramentos en la vida, siendo consciente de su importancia y de su relevancia, y dejándose afectar por todos los números y las iniciales, y las mantas y las historias que nos van configurando. Porque ese es el misterio de lo que vale la pena.

  7. En mi casa también se vivió esa historia, mi hermano Pablo Romero estuvo 8 años en el Seminario y vivíamos en el pueblo y todas las semanas llevábamos la famosa bolsa de tela con la ropa lavada ,en casa de Carmen la del “patio”. Que recuerdos aquellos cuando venia la bolsa y traía la carta que bonito

  8. Cuántos recuerdos Pepe! También a mi me viene a la mente ese 22 que tenía en las monjas del Santo Ángel en LLerena. Dónde no sólo teníamos que llevar los cobertores que mi madre también compró en la tienda de los diteros de Azuaga. también marcó a punto de cruz con mis iniciales y mi número. Lo de las bolsas no lo viví, pero si lo del “macuto” que se llevaba y traía el chorlo, el señor que iba a buscar el correo del pueblo, con esa ropa sucia y de vuelta con la limpia que traía el olor a casa , a familia y a vida. También mi madre los atesora como si de algo grande se tratara. Su hija del alma, el frío que pasó en ese LLerena y ese colegio cuando se tenía que levantar a las seis para poder coger el agua caliente de la ducha, porque si eran y diez, el termo se acababa y el agua parecía “carambano” puro. Las madres Pepe, las madres son nuestro mejor tesoro y todo cuánto han hecho por nosotros!!!!!!!! Felicita a Dolores y dale un besazo

  9. Las cosas pequeñas…
    Un vaso de agua gratis,
    dos minutos ayudando a atravesar la calle,
    esas tardes con grupos marginales,
    unas horas escuchando soledades,
    una compra menos…
    Esas cosas chiquitas
    no acaban con la pobreza,
    no sacan del subdesarrollo,
    no reparten los bienes,
    no socializan los medios de producción,
    no expolian las cuevas de Alí Babá,
    no invierten el orden, no cambian las leyes…
    Pero desencadenan la alegría de hacer
    y mantienen vivo el rescoldo
    de tu querer y nuestro deber.
    Al fin y al cabo,
    actuar sobre la realidad, y cambiarla
    aunque sea un poquito,
    es la única manera de mostrar
    que la realidad es transformable.
    Señor de la historia y de la vida,
    no sea yo quien menosprecie
    y deje sin hacer las cosas pequeñas
    de cada día.
    (Ulibarri Fl)

  10. ¡Que recuerdos! Sobre todo también de mi madre, ya con el Señor. Yo antes de entrar en el seminario estuve en el Colegio de San José de Villafranca de los Barros, y ahí tenía el 470, en el seminario no tuve porque al estar en Badajoz la ropa me la lavaban en casa.
    En la época de inicio de los colegios mi madre no paraba, pues de los diez hermanos que somos, nueve hemos estado internos, alguno dirá que qué fortuna en colegios, pero estábamos con becas, no porque todos fuésemos grandes estudiantes, sino por las relaciones personales de mis padres; mi madre intima amiga de la superiora general de una orden con colegio de chicas, y allí donde le quedaban plazas sin ocupar le daba becas para mis hermanas, hubo un tiempo donde estuvieron en San Lorenzo del Escorial, y mis hermanos los pequeños en Úbeda, aunque por la diferencia de edad, como es natural, no estuvimos los nueve al mismo tiempo fuera de casa, pero cinco si.
    Como decía, con tantos internos, había noches que no se acostaba preparando ropa y marcando, también a punto de cruz, cada una de las prendas que llevábamos.
    Sacramentos de la vida, que de vez en cuando aparecen por ahí y en un instante, nos condensan, nos resumen y nos llenan de nuevo con vivencias y amores que construyeron lo que hoy somos.
    Pero en esta experiencia de revivir la vida, y aunque salga algo fuera del tema, el mayor de los sacramentos que ha construido mi vida es la familia numerosa que formamos. Lo que me alegra hoy en día, y la riqueza tan tremenda que es ser tantos hermanos, y lo que en un tiempo te sacaba de tus casillas, porque perturbaba la pretendida tranquilidad, hoy es fuente inagotable de cariño, buen humor, y amor fraternal, donde nunca hubo rencor, y si bien hubo riñas, “la puesta del sol no nos sorprendió en nuestro enojo”. Ya perdí a mis padres y a mi hermana la mayor, si hubiésemos sido dos, ya estaría solo.
    Ciertamente la situación de hoy no es la de los años cincuenta, pero dada la alegría y la riqueza que a mí me dan, animo, ahora que estos “sacramentos de la vida” me lo recuerdan, a los matrimonios que puedan, a tener familias, si no tan amplias como la mía, al menos que salga de los estándares del hijo único o la parejita.
    Perdóname Pepe, pero en vez de comentar he escrito otro artículo, pero no quería reprimir lo que salía del corazón.

    Un abrazo.

    José María