En medio del mundo

EL CORPUS CHRISTI NAZARENO

Yo recibí una tradición que, a mi vez, os transmití…que el Señor, la noche en que iba a ser entregado, tomo pan, lo partió…y lo mismo hizo con la copa llena de vino, así nos lo relata Pablo.  Y ahora hacemos memoria en la memoria de Jesús, reconociendo que sigue estando presente entre nosotros, y lo simbolizamos en ese trozo de pan que ponemos en la custodia para confesar públicamente que el Señor de lo sencillo, de la entrega  y de las entrañas de misericordia, que se nos ha manifestado en Jesucristo, en su muerte y resurrección, vive hoy entre nosotros, nos acompaña y preside en el amor único y definitivo del Padre, que nos hace hermanos.

Este misterio, que hoy se hará visible en la liturgia procesional de los pueblos engalanados con flores, alfombras, juncias, romero y altares, es lo que día a día vamos comulgando en múltiples detalles de lo cotidiano, en la casa, la familia, la calle, el trabajo, la profesión, el estudio, la sociedad,etc. En la mañana de Corpus, me siento a reflexionar y orar, con la imagen de mi madre al fondo recortada por la luz del sol que se refleja  en la ventana,  implacable y gloriosa al hilo de la fiesta gozosa, con el sonido sereno de un Ave María de escolanía cualificada, que me hace transcender detalles, consagrándolos y transubstanciándolos, como custodias de la presencia real de Dios en Nazaret.

Me permito recobrar signos de hoy, sin importancia como el pan anónimo de la mesa diaria, que  siguen siendo presencia real y única, y que me ayudan a entrar en el misterio del cuerpo y la sangre del Señor. Son dos detalles simples, uno que viene de mano de cáritas parroquial, que ayer nos ponía delante de nuestro ojos productos del comercio justo para recordarnos que donde no hay justicia no es posible la eucaristía, compré jabones elaborados en la India; el otro, viene de la casa y la familia, el cuerpo de mi madre ya entregado y sacrificado en su inmovilidad, que es cuerpo de resurrección y esperanza para los que lo rodeamos y lo abrazamos que se hace contraste con la luz fuerte y los colores vivos de esos geranios del balcón.

Estreno el jabón natural de miel, elaborado en la India, para limpiarme en la mañana del Corpus. Donde hay caridad y amor allí está Dios…el aroma del comercio justo nos lo hace presente, deseando un consumo justo y felicitante. Cáritas, hoy, se hace fiesta interpelante en la Eucaristía de la fraternidad. Qué acertado unir la fiesta de la Eucaristía con Cáritas – día de la Caridad- , esa dimensión socio-caritativa de nuestra fe que nos llama al compromiso por la justicia y la paz en el mundo. Una justicia, que justifica la historia, que la llena de sentido y de esperanza. La justicia de Dios, que es la del juicio salvador que hace de cada acción de Dios una proclamación del sentido y de la verdad en el amor. El jabón, hoy de miel,  me recuerda como toda acción que realizamos en el vivir de cada día puede ser eucarística, justificante y llena de sentido, portadora de salvación. Lo puede ser desde el simple gesto de un jabón utilizado en la limpieza, un compromiso social continuado en la política, en el voluntariado, o en la misma profesión, en el modo de educar y  organizar la economía de la familia, en la cruz que marco en hacienda o en las horas de trabajo  digno que ofrezco en las labores de mi casa, en el apoyo a los desahauciados…todo puede limpiar y hacer brillar justicia y alegría en el rostro de los hermanos, porque más que comercio o consumo justo, se trata de adentrarnos en la misma carne y en la misma sangre, porque todo nos afecta en los sentimientos de Cristo, eso es lo que celebramos hoy.

Por otra parte, en la paz de esta clausura materna, con un canto bello en el ofertorio de la Eucaristía en TVE, la luz brillante del día irrumpe con fuerza inusitada en este espacio y lo hace altar divino en la fiesta del Corpus. En la custodia,  la luz del resucitado y el cuerpo entregado y vencido de mi anciana madre, y los dos me invitan a comulgar las entrañas de misericordia divina. Me postro y adoro su presencia  en la custodia de la vida entrañable. La beso fuerte en el rito de la paz, al abrazar y besar a mi madre,  y deseo esta serenidad divina, la que mi madre tiene,  para todo el mundo y todo corazón humano.
 Y ahora comulgo en el espíritu y sueño con ese mundo amado, fraterno, familiar, donde Dios se muestra en lo oculto y sencillo, haciéndose fuerte en la debilidad y en lo límites, para que nadie tenga que huir de este encuentro y esta mesa que nos llena de vida, nos hace hermanos, justos, limpios, sencillos, profundos, compañeros, compasivos, alegres, libres, entregados, contemplativos, esperanzados, ilusionados… Y  recuerdo mi infancia en el pueblo, en el jueves que brillaba más que el sol, la filas de hombres y mujeres, los niños con el protagonismo de los que hacíamos la comunión aquel año, mi madre  cerca de la custodia, y ese canto que está metido hasta las entrañas – aunque suene a antiguo- : “Cantemos al amor de los amores, cantemos al Señor…Dios está aquí”.

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